Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

16 Feb, 2022

¿Y los distractores?

 

Fidel Castro celebraba sesiones maratónicas con discursos que se prolongaban hasta altas horas de la noche. Sus funcionarios y acarreados, cansados de tanta palabrería, no tenían más que asentir con la cabeza a cada señalamiento inflamatorio.

Lo mismo Hugo Chávez, carismático orador, hacía conferencias de prensa semanales en donde regañaba a sus ministros, escuchaba música, oía quejas de la ciudadanía y repartía dádivas. López Obrador hace una “conferencia de prensa” mañanera de alrededor de dos horas, donde lo mismo presenta a una cantante que a un funcionario de gobierno e insulta a sus oponentes políticos.

Y es que el estilo de comunicación de gobiernos populistas de izquierda en países latinoamericanos sigue casi siempre una misma fórmula: el gobernante, jefe de una secta de seguidores incondicionales y de un culto a la personalidad sin escrúpulos, establece las narrativas de quiénes merecen la gracia del pueblo bueno y quiénes no.

Generalmente, se usan símbolos, discursos románticos eternos y saturación mediática para distraer de los problemas reales a la población.

Los buenos siempre son representados por el pueblo y el gobernante, mientras que los malos son casi siempre los empresarios, los opositores, críticos y los gobiernos extranjeros, principalmente el de Estados Unidos.

Noam Chomsky, académico de izquierda y héroe de Hugo Chávez, lo señaló muy bien: “El elemento clave del control social es distraer la atención pública de los temas importante a través de la técnica de inundar con información insignificante”.

La teoría es que el pueblo, saturado por tanta información, no tiene ni el tiempo ni la energía mental para criticar a sus gobernantes. Sea la naturaleza del gobierno que sea —si más o si menos democrático—, la idea es que los gobernados discutan los escándalos y distractores más recientes, pasando por encima los temas de sustancia, los problemas políticos y económicos que, poco a poco, se van acelerando en el país por las malas decisiones y pésima administración del populista en turno.

En México, para Andrés Manuel López Obrador esa fórmula le sirvió durante muchos años. Desde su época como jefe de Gobierno y ahora como Presidente de México, sus conferencias mañaneras y comunicación fueron una plataforma para los “otros datos”, la culpa de los gobiernos de sexenios anteriores y hasta las “mentiras de la semana” de los medios nacionales e internacionales. Para los periodistas y población, éstas saturaban y dictaban el ritmo de las noticias del día, siempre bajo una narrativa de los buenos y los malos. Los que no coinciden con él eran “traidores a la patria y el pueblo”, mientras que él “encarna a la nación, a la patria y al pueblo” —así lo dice un comunicado de los senadores de Morena—.

Sin embargo, desde hace unos días para acá eso cambió. Revelaciones periodísticas han cambiado el fiel de la balanza de comunicación. La pésima reacción del gobierno y sus errores en el manejo de crisis demostraron que su modelo basado en los escándalos pasajeros y los distractores, tienen fecha de caducidad.

Ante el derrumbe de las narrativas, el distractor ya no es suficiente.

 

 

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