Edgar Amador

Edgar Amador

25 Ene, 2021

La paradoja triste del ciudadano cumplido

 

Escribo esta nota porque, a pesar de los esfuerzos que hicimos cuando estuvimos en capacidad de hacerlo, no logramos cambiarlo. Es un pobre consuelo, entonces, atestiguarlo. Toda estructura impositiva debe tener dos propósitos: recaudar recursos para el Estado y, también, provocar los incentivos correctos para que ciudadanos e instituciones se comporten conforme al pacto social que sostiene a la sociedad que lo ha establecido. Los impuestos son, además de fuente de ingresos, un código de conducta social.

Va un ejemplo muy claro, para todos, de lo anterior. Cuando el gobierno federal, en 2012, cometió la enorme irresponsabilidad de eliminar la tenencia vehicular federal y dejó en las entidades federativas la decisión de mantener la contribución, o no, dio como resultado un caos que aún hoy continúa y en donde hay muy pocos ganadores (los mexicanos propietarios de automóviles, que son una minoría) y muchísimos perdedores.

La pérdida más evidente de la eliminación de la tenencia fue la de los ingresos fiscales, por supuesto. En la Ciudad de México, por ejemplo, la recaudación por ese concepto era equivalente al subsidio al STC-Metro, lo que significaba que, correctamente, el transporte privado subsidiaba al transporte público, como debe de ser en una sociedad que aspira a la equidad económica.

La desaparición de la tenencia significó, entonces, una transferencia de riqueza efectiva del transporte público al transporte privado, pues el ajuste a la tarifa del segundo se hizo inevitable para financiar su operación y mantenimiento.

Pero la desaparición de la tenencia tuvo muchas otras implicaciones, entre ellas, la que podríamos calificar como “la triste paradoja del ciudadano cumplido”.

Recuerdo la siguiente anécdota: transitando por Reforma me tocó ver un hermoso Ferrari rojo, una maravilla de máquina que debería pagarle a la ciudad una tenencia generosa, pues autos de ese valor no fueron exentos del impuesto. Como era de esperarse, el Ferrari estaba emplacado en Morelos, para eludir la tenencia, a pesar de haber sido vendido en la Ciudad de México.

Supongamos, por un instante, que el propietario de ese Ferrari cayera en un bache en la ciudad y que, por su cuenta de Twitter, se quejara furioso del estado del asfalto en las vías urbanas (¡con qué derecho!). Supongamos, también, que el mismo conductor cobrara el seguro que la ciudad ofrece a aquellos propietarios de autos dañados por causa de la infraestructura de la capital.

Supongamos, ahora, que el conductor del Ferrari con placas de Morelos se subiera al segundo piso del Periférico y que acelerara por encima de los 100 kilómetros por hora y que en su carrera rebasara a un modesto Ford que paga tenencia, cuyo chofer, intentando inútilmente emparejarle, subiera su velocidad a 90 kilómetros. El conductor del Ford, imaginemos que es un buen ciudadano, quiere a su ciudad y ha emplacado aquí su auto y paga su tenencia anualmente.

Las cámaras del segundo piso registrarán a dos autos excediendo el límite de velocidad en el segundo piso del Periférico. Les tomarán una foto y les enviarán la multa. Pero ocurrirá algo injusto: el conductor del modesto Ford, buen ciudadano, pagó su tenencia y recibirá la multa en su hogar de la Ciudad de México. El chofer del Ferrari, que eludió su obligación fiscal, no recibirá la multa en su casa de la ciudad, pues su lujoso auto está registrado en un domicilio sospechoso, en algún lugar de Morelos.

  • La ilustración anterior no es hipotética. Ocurrió y ocurre de manera repetida en la ciudad, en la zona metropolitana y en muchas otras partes. Los ciudadanos cumplidos deben enfrentar las penalidades por sus faltas, pero los ciudadanos que eluden la tenencia tienen, además, la ventaja de ser invisibles ante las multas de tránsito: pueden incumplir las reglas y no ser sancionados gracias a su mal comportamiento fiscal.

Eso no es justo. La estructura impositiva de un país debe, además de recaudar, inducir el comportamiento correcto, premiando a los cumplidos y sancionando a los infractores. La actual estructura de la tenencia vehicular, y muchos otros impuestos en México, provocan lo contrario: premian al evasor y fomentan, por lo tanto, el mal comportamiento. Por supuesto que es muy fácil quitar un impuesto y muy difícil regresarlo, pero la paradoja del buen ciudadano no debería ocurrir.

 

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