Salo Grabinsky

Del verbo emprender

Salo Grabinsky

12 Oct, 2019

Octubre de 1986 (primera parte)

 

“Recordar es vivir”, dice el refrán y es válido. Quiero hacer remembranzas de una época de México que marcó un giro esencial en mi trayectoria. Fue el empezar a escribir esta columna en octubre de 1986, con su sugestivo nombre (gracias a Juan José Kochen) en el Excélsior.

Haré ciertas comparaciones para que observen la vertiginosa historia de un país en los últimos treinta y tres años, porque, mucho cambió hasta hacerse casi irreconocible… y sin vuelta atrás.

En 1986 no existía la palabra emprendedor y los pocos que la usaban eran  académicos. Nadie les hacía caso ni mucho menos los valoraba en su justa dimensión. Existían decenas de miles en el país, por supuesto, y muchos más en talleres, tienditas u oficinas, además de los ambulantes que sobrevivían en todas las ciudades. Los pequeños propietarios agricultores y ganaderos, pescadores y transportistas le daban vida a muchas regiones, pero nadie les prestaba mayor atención.

En las escuelas y universidades públicas (y privadas) se enseñaba a ser empleado, buscar la planta en Pemex, CFE o en el gobierno o chamba en grandes consorcios para así tener la ansiada estabilidad económica y esperar pacientemente la jubilación y el merecido descanso. Lo que predominaba era la búsqueda del “bendito cheque quincenal”.

Ser emprendedor (masculino) era mal visto ya que denotaba a un aventurero irresponsable que tomaba riesgos innecesarios que generalmente fracasaba y no podía encontrar empleo para mantener a su familia, ya que era él la única fuente de ingresos. Las mujeres tendían a trabajar en labores menores, mal pagadas o, a ser obreras o campesinas con sueldos bajos o nulos.

En 1986 estábamos saliendo a duras penas de dos grandes catástrofes: la recesión de 1982 que había mermado el patrimonio y ahorros de millones, con una devaluación continua y la hiperinflación que nos golpeaba a todos. La otra crisis era la reconstrucción tras la tragedia del terremoto de septiembre de 1985 en el centro del país, amén de varios huracanes devastadores. Una época trágica y con pocas posibilidades de mejora a corto plazo.

En ese ambiente empezó a publicarse Del Verbo Emprender y para mi infinita sorpresa llegaron los comentarios, las peticiones de apoyo de todo tipo de empresarios, publicación de libros sobre emprendedores y, creo yo, el crecimiento de un fenómeno que, aunque ya había sido tratado por especialistas y académicos fuera del país, no llegaba a prender en el nuestro. Lo irónico es que muchos mexicanos somos creativos, innovadores y en su mayoría trabajamos arduamente para mejorar nuestra situación económica y proveer a la familia, pero nadie nos consideraba emprendedores, dando un valor real a nuestros esfuerzos.

En 2019, la palabra emprendedor es de uso (o abuso) común, hay programas universitarios para crear negocios, fondos públicos para emprendedores, concursos de startups, miles de jóvenes pegados a computadoras para diseñar apps, tecnologías antaño impensables. Ha habido profundos cambios en estas últimas décadas.

Continuará...

 

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