Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

12 May, 2020

¡Cuán afortunados somos! ¿En verdad?

Al revisar las declaraciones por parte de los que piensan que lo mejor que a México le ha sucedido en decenios, es el triunfo del actual Presidente, no pude menos que recordar el tiempo que pasé en la República Popular China, allá por los años 69-70.

Las manifestaciones de idolatría y los excesos que llegaban a lo grotesco ­—por la sola dicha de tener como guía al Gran Timonel y Sol Rojo que iluminaba su camino: el presidente Mao Tse-tung—, me sorprendían.

En esos años carecía de la experiencia y madurez necesaria para entender la perversidad de aquel proceso de idiotización masiva en el cual, por supuesto, había caído. Debieron pasar años de trabajo político y reclusión (soy egresado de la Universidad de Lecumberri) para alejarme y verlo con objetividad.

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Debido a la obligada distancia que la experiencia y la realidad me proporcionaron, comprendí, a cabalidad, aquella perversidad y la abdicación acrítica de la capacidad y obligación crítica ante el poderoso. Todo eso deseché, una vez estudiado y comprendido aquel proceso y sus objetivos de control ideológico y manipulación política.

En esos años, era difícil entender procesos como la adoración y culto a Mao Tse-tung. El control era total, lo que hacía imposible la publicación de obras como The Private Life of Chairman Mao, escrito por su doctor personal, Li Zhisui, y la impactante trilogía del historiador Frank Dikötter: The Tragedy of Liberation, Mao´s Great Famine y The Cultural Revolution.

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El culto a la personalidad y la adoración construidos alrededor de la figura de Mao Tse-tung superaron, con creces, lo que la URSS padeció con Stalin, Alemania con Hitler y Cuba con Castro (el mayor, no el aprendiz de dictador de su hermano menor). En América Latina, los intentos recientes para construir y consolidar una adoración como aquellas alrededor de Chávez, Ortega y Morales son, para decirlo claro, trabajo de aprendices, malas copias de lo logrado en aquellas latitudes.

Sin embargo, a contrapelo de la historia y desechando las enseñanzas de la historia relacionadas, todas ellas, con la suerte que corren los países que tuvieron la desgracia de adorar a dictadores, en México parecemos estar enfrascados, hoy, en reproducir esas tragedias.

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Hoy, como consecuencia de la ignorancia de varios casos de culto a la personalidad y las tragedias que resultaron ser, el oportunismo y la sinvergüenzada de muchos lleva a pensar a millones —ilusoriamente—, que es factible vivir sin trabajar, sólo de la dádiva gubernamental.

Ver al gobernante, en tiempos de democracia y apertura, como si fuere el mesías y sabio infalible que de todo, sabe todo, es el peor de los absurdos.

Como señaló Marx en el XVIII Brumario: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa.”

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 Hoy, ante lo que padecemos, podemos afirmar que estamos en los años de la farsa. Y ante los resultados económicos obtenidos y los que se proyectan, ¿quién afirmaría y/o aceptaría que somos afortunados, que vamos muy bien?

 

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