Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

7 Nov, 2019

Sabemos cómo empieza, no cómo termina

El país enfrenta una situación la cual, por llamarla de alguna manera, calificaría de difícil. Lo es, no sólo en lo económico sino también en lo político, no se diga ya en lo que tiene que ver con el respeto de la ley por todos, sin distingo alguno.

Lo anterior configura, a querer y no, una tormenta perfecta. A ello han contribuido no pocos actores políticos; los más, relevantes por las posiciones que ocupan, no por sus capacidades para la gobernación y menos por su oficio político.

Como consecuencia de esto último, este gobierno parece querer ser identificado por la rispidez del trato entre el gobernante y algunos grupos de gobernados. Los únicos que gozan del aprecio de aquél y de su equipo, son sus seguidores y eso, no todos. El resto de los mexicanos es despreciado -cuando no ofendido- mediante expresiones que van de la burla a las ofensas, las cuales ya rebasan toda civilidad y el respeto que debe normar la vida política.

El vocabulario del gobernante debe, en principio, unir, no dividir; es el mejor de los instrumentos -la palabra-, para estimular y fortalecer la convivencia civilizada entre la población. Sin embargo, aquí y ahora, estamos ante un ejercicio opuesto el cual, lejos de unir divide y confronta.

Una gobernación así, estimula el conflicto el cual, jamás se queda estático; avanza, pero para mal. Lo que ayer era sarcasmo aceptable en toda democracia, hoy es ofensa soez y mañana, ¿qué será? ¿Azuzar a los seguidores para destruir a los adversarios, reales o inventados? ¿Qué gana un gobernante por popular que fuere, si al dirigirse a la sociedad que gobierna, lo hace con un lenguaje de bravero de cantina?

¿Acaso piensa que la rijosidad y el insulto -así como la mentira omnipresente-, elementos centrales del discurso de nuestro gobernante aun cuando lo niegue, no tendrán consecuencias? ¿Cómo espera ser tratado por los ofendidos? ¿Acaso espera que pongan la otra mejilla?

Cuando el gobernante se apoya en una cascada de insultos y adjetivos que ofenden, los cuales se convierten en la constante de sus intervenciones públicas, sabemos cómo empieza esa relación perversa entre gobernante y gobernados, no cómo terminará. 

¿Qué tan difícil es para un gobernante, entender que la ofensa generalizada envenena el ambiente? Malo si aquél ignora las consecuencias negativas de su lenguaje y del trato para con los gobernados, pero peor es cuando, sabiéndolo, goza ofender sistemática y permanentemente a todos.

Sufrir ese trato, no seamos ingenuos, no debe impedirnos pensar objetivamente; las ofensas lanzadas en público, también son expresadas en privado. El que ofende a los que gobierna, también lo hace con sus colaboradores. Entendámoslo para que no haya sorprendidos: el barbaján, a nadie respeta. Ahora bien, ¿qué profesional de la administración toleraría ese trato? ¿Sólo el servil y el  incapaz?

¿Qué respeto y credibilidad -elementos centrales de toda gobernación y de la relación respetuosa entre el gobernante y los demás-, podría llegar a tener quien así trata a sus colaboradores, y a buena parte de sus gobernados? ¿Sabe usted de un gobernante así? ¿En qué país?

Síguenos en Twitter @DineroEnImagen y Facebook, o visita nuestro canal de YouTube