José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

1 May, 2020

Presidente chantajista y asesino

Esta columna ha hecho un recuento puntual del cúmulo de lacras de Donald Trump desde que anunció su ambición presidencial en el verano de 2015, a los que, en los últimos días, sumó los de chantajista, al negarse a rescatar el Servicio Postal para perjudicar a Amazon, de su enemigo Jeff Bezos, y de homicida, al pedir a la gente ingerir o inyectarse líquidos letales como cura para el COVID-19.

Este indecente demagogo agarró la actual crisis de la pandemia para adueñarse del micrófono en eternos monólogos de prensa diarios, escasos de información, pero ricos en autoelogios, insultos a los medios y sus enemigos, y a expeler lo que se le ocurra en ese momento, con frecuencia tomado de sus corifeos de Fox News.

El New York Times analizó las más de 260 mil palabras emitidas por Donald Trump desde que inició la pandemia e identificó 600 instancias de felicitarse a sí mismo, la más abultada categoría, frente a sólo 160 pasajes en los que expresó empatía o llamó a la unidad nacional, y acusó a otros de tener toda la culpa 110 veces.

La retórica del presidente de Estados Unidos está, con frecuencia, divorciada, no sólo de la verdad, sino de las necesidades de la gente, pero ofrece una ventana privilegiada para observar su estado mental y espiritual: ¿qué nos dice de un líder que confronta sufrimiento y muerte en una escala masiva y habla más que nunca de sí mismo?

Donald Trump está menos preocupado de su desempeño que de la percepción pública de lo que hace, y busca el elogio sin haber logrado nada o, peor aún, después de obstaculizar soluciones, por lo que tiene que recurrir a congratularse a sí mismo y a recibir la adoración y parabienes del coro de aduladores que lo rodea.

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Un Trump sin límites deja a su país lleno de ausencias: a una nación en duelo le escatima conmiseración, a una nación confundida le sorraja desinformación y esperanzas falsas, a una nación sedienta de estabilidad y solidaridad le entrega un caos continuo y una creciente discordia entre sus fanáticos y sus enemigos.

Las palabras presidenciales durante esta crisis han sido un monumento a su estulticia. Carece de la destreza, de los conocimientos, del interés, de la experiencia y de las ideas para emprender un auténtico liderazgo retórico apropiado y oportuno, sino lo opuesto: balbuceos incoherentes e irracionales.

Sus rezongos de “sabiduría” trumpiana son para Ripley. El domingo tuiteó: “La gente que me conoce y conoce la historia de nuestro país (sic) dice que soy el presidente que más duro trabaja en la historia”, para, acto seguido, insultar a los periodistas que indagaron sus nexos con Rusia, ordenando que regresen sus Premios Noble (quiso decir Nobel, que no hay en periodismo, son los Pulitzer).

Cualquier parecido de este individuo con su contraparte mexicana no es mera casualidad sino todo lo contrario, pues, como hemos explorado en esta columna reiteradamente, sus afinidades en personalidad, educación, temperamento y cultura los hace más que gemelos, hermanos siameses. ¡Eso explica que se lleven tan bien y se quieran tanto!

 

El autor es consultor en economía y finanzas en Washington DC y catedrático en universidades de México y de Estados Unidos.

 

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