Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

13 Jul, 2022

El pecado capital con Biden

 

Cuentan en círculos diplomáticos en Washington que la mala relación del gobierno de Estados Unidos con el de México empezó con una falta imperdonable. A finales de 2020, EU vivía momentos difíciles ante las denuncias de fraude electoral infundadas de Trump, así como los movimientos sociales y la crisis por la pandemia. México, gobernado por alguien con poco entendimiento de la relación bilateral, había tenido acercamientos muy estrechos con Trump, quien antes había insultado y denostado a nuestro país.

En el momento más álgido de la confrontación poselectoral causada por Trump, López Obrador visitó la Casa Blanca por primera vez. Cometió entonces el pecado capital de no visitar al presidente electo Joe Biden y, sin ninguna justificación, tardó 38 días en formalmente felicitarlo. Éste fue el inicio de una relación bilateral de desconfianza, señalamientos, rompimiento de acuerdos y una pésima representación unipersonal –muy al estilo de este gobierno– basada en dogmas, sesgos ideológicos y discursos que parecen salidos del más rancio echeverrismo de los años 70.

Y es que, en relaciones diplomáticas, el entendimiento se da cuando todas las partes ceden algo y, en cierta medida, quedan descontentos, pero viendo más allá del presente. Sin embargo, a lo largo de esta administración, la construcción de diálogos y entendimientos ha sido sumamente difícil; el dogma lo toma todo. Estados Unidos, aunque estratégico y sumamente importante para nuestros intereses (y viceversa), es percibido como el enemigo ideológico –el imperio opresor– por el presidente López Obrador, muy al estilo de las teorías nacionalistas-marxistas que aprendió en su juventud.

Durante esta administración, Estados Unidos y España han sido los principales “adversarios” internacionales; son para éste el diablo encarnado y causantes de nuestros males ancestrales. “No somos tierra de conquista” –es el pensar.

Los gobiernos nos deben pedir disculpas y subyugarse a nuestra autoridad moral como víctimas.

Eso sí, cuando conviene, son nuestros amigos y hay que “reconstruir la relación”, son “un pueblo bueno”, se invita a los presidentes de gobiernos afines –como el de Cuba– a una visita –porque ‘es de izquierdas’– o se guarda silencio ante sus injusticias –como con Nicaragua–, pero ante nuestros socios, tenemos una relación agridulce.

Las causas principales de estas complicaciones son la falta de disciplina en la política exterior, de la mano con la ocurrencia de las mañaneras, el profundo desconocimiento sobre cómo funciona el entrelazado político y comercial, y los sesgos ideológicos. Por más que los funcionarios de la cancillería armen una estrategia bien pensada, notas bien redactadas e investigadas, todo se tira por la borda con una frase célebre del día o un discurso improvisado. Cuando las cosas salen mal por esta contradicción, es culpa de fuerzas externas, de los “conservas” o de los anteriores.

Esto se demostró ayer con la visita a Biden en la Casa Blanca. Fuera de los evidentes traspiés del Presidente en su discurso y la vestimenta, no se aprovechó la visita para reparar nuestra relación.

El evento quedó en una hora de audiencia con Biden, donde AMLO usó más de 31 minutos en leer un discurso moralizador, lleno de referencias históricas y hablando sobre “los conservadores”.

Al final, la poca preparación y entendimiento tienen consecuencias.

 

 

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