Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

3 Jun, 2013

House of Cards

Un gobierno que arranca en sus primeros 100 días con una ambiciosa reforma educativa y feroz embestida contra un liderazgo sindical que intenta descarrilarla. Una tragedia en un pequeño poblado alejado de la capital amenaza con convertirse en un conflicto político a escala nacional. Un escenario complejo aderezado con una crisis del periodismo tradicional, amenazado por la hipervelocidad de los medios digitales y las redes sociales.

Como diría la fórmula de cajón, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Estamos hablando, por supuesto, de tres pasajes fundamentales de la trama de House of Cards, la serie de 13 capítulos de una hora cada uno que ilustra con crudeza los entretelones de la grilla estadunidense. Un hito en el género que además ya aseguró su lugar en la historia por ser el primer drama producido originalmente no para la televisión, sino para Netflix, el servicio de transmisión de películas en internet con al menos 29 millones de suscriptores en EU.

Con un costo ya recuperado de 100 millones de dólares, House of Cards narra las malas artes del ficticio representante demócrata Francis Underwood (Kevin Spacey), frustrado aspirante a ocupar el Departamento de Estado, que decide vengarse de quienes obstaculizan su carrera política recurriendo a todas sus artimañas manipuladoras, contando con la colaboración mediática de la ambiciosa reportera digital Zoe Barnes (Kate Mara). Se trata de la adaptación de la miniserie del mismo nombre de la BBC de Londres de 1990, basada a su vez en una novela publicada un año antes por el lord británico Michael Dobbs.

Buena parte de la efectividad de la serie debe ser endosada a uno de sus productores, el cineasta David Fincher, otrora director de culto con The Fight Club (1999), y a quien se le debe el poco gentil retrato de Mark Zuckerberg trazado en The Social Network (2010). Ambas credenciales cinematográficas explican la buena factura argumental (léase mala leche) de House of Cards y su notable puesta al día respecto de la presencia de la tecnología en el entramado político.

De tal suerte que vemos a un Francis Underwood que no sólo dedica su tiempo a tejer intrigas, sino que se relaja con una consola de videojuegos y un par de audífonos (admite que le atrae la posibilidad de comprarse un PS Vita, por ejemplo). Siente de forma intuitiva en qué forma le puede funcionar la instantaneidad del periodismo por internet y utiliza para ello a una reportera novata de un gran diario (el imaginario Washington Herald, que remite inconfundiblemente al que lleva por apellido Post) que se debate internamente en una crisis de pérdida de dinero y lectores. Todo un coctel explosivo en el que Twitter y YouTube son vistos con naturalidad como actores que igual promueven estrellas mediáticas que tiran carreras parlamentarias.

Muestra de la influencia lograda por la serie es House of Nerds, el sketch paródico producido para la tradicional cena de los corresponsales que cubren la Casa Blanca con el presidente Barack Obama, que presenta a Spacey interpretando al Underwood que lo mismo interactúa con congresistas reales que con reporteros del sitio web Politico (también citado en la serie como uno de los posibles medios interesados en reclutar a la joven periodista Barnes).

Pero, sobre todo, House of Cards es congruente con el espíritu de la firma que primero rompió las reglas del negocio de renta de películas al popularizar el streaming y que de la misma forma pretende hacerlo en la dinámica de las series, al lanzar el pasado primero de febrero los 13 capítulos completos de House of Cards, contrario al ritmo impuesto por las grandes cadenas televisivas de arrancar transmisiones en septiembre para hacer coincidir los capítulos de mayor audiencia con la temporada de compras navideñas (otra razón para lanzar la serie en Netflix, por cierto, es la popularidad que tienen ahí las películas de Fincher y Spacey).

En un intento por perseverar en su modelo de negocios, Netflix lanzó el domingo 26 de mayo la cuarta temporada de Arrested Development, serie transmitida por Fox de 2003 a 2006 y cancelada por su pobre audiencia. Resucitó en internet con buen rating pero malas críticas que le produjeron a la compañía un leve descalabro bursátil. Señal ineludible de que, con todo lo prometedora que es, construir la nueva televisión por web será tan complejo como levantar un castillo de naipes.

marco.gonsen@gimm.com.mx