David Páramo

Análisis superior

David Páramo

5 Nov, 2013

Conceptos equivocados

Sobre la operación de los bancos hay una larga serie de ideas muy profundamente equivocadas, las cuales no únicamente propician mal entendidos con los clientes o una pésima reputación para este sector, sino que los mantienen en un riesgo permanente de ser sujetos a normas que políticamente pueden parecer correctas, pero que al final del día sólo irían en detrimento de los sectores que se planean defender.

Hay una creencia profundamente equivocada de que los bancos, en general, ganan demasiado dinero prácticamente sin hacer nada. Obviamente estas visiones parten de análisis verdaderamente rudimentarios, en los cuales se ven las diferencias entre las tasas activas y las pasivas o viendo los estados de resultados de algunas de las instituciones.

Quienes hacen este tipo de comparaciones no consideran en ningún momento las características muy particulares de este sector. De entrada, son el único que hacen negocio con dinero ajeno. En las industrias y comercios se expone el capital que los accionistas llevan a determinado negocio. Por el contrario, los bancos, por su naturaleza, invierten fondos ajenos, lo que desde cualquier punto de vista los obliga a una responsabilidad mayor.

Son las únicas empresas privadas en las cuales se justifica un rescate con cargo al erario, ya que no se trata de dinero del empresario, sino de los depositantes. En este caso, la obligación del Estado es mantener un régimen que evite la pérdida de los recursos de las personas.

Así, la prioridad de cualquier regulación bancaria debe ser la estabilidad en las finanzas y la solidez en los balances que sólo se logra con mezclas virtuosas como las que hoy tiene México. El marco institucional obliga a que los bancos tengan muy elevados índices de capitalización (México es uno de los primeros países del mundo en cumplir con las normas de Basilea III) y una supervisión verdaderamente estricta por parte de las autoridades.

Es una señal muy positiva que el gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, asegure en público y privado que no habrá una crisis bancaria durante su gestión. Los mexicanos tenemos la experiencia reciente del Fobaproa que evitó una estatización bancaria como la que decretó José López Portillo al final de su gestión.

Riesgos

Quizá la nostalgia por las políticas económicas de la década de los ochenta y el poder político que conllevaba o simplemente por el deseo de cambio que carcome a los nuevos gobiernos hay una presión creciente en contra de la banca que si no es vista como un riesgo por la Asociación de Bancos de México, presidida por Javier Arrigunaga, podría terminar generando regulaciones muy agresivas en su contra o dando sorpresas sumamente desagradables como le ocurrió a sectores dentro de la iniciativa hacendaria.

La posición del gobierno de Enrique Peña Nieto sobre el sector empresarial y bancario no es una sorpresa. Desde candidato ha reiterado una y otra vez que los bancos deben prestar más y cobrar menores tasas de interés, especialmente para las pequeñas y medianas empresas. En sus más recientes declaraciones sobre el tema habló no únicamente del elevado índice de capitalización, que es de 16%, sino de que ya es momento que lo empleen en aumentar el crédito y bajar tasas a las pymes para que sean un motor del crecimiento de la economía.

En el equipo de Peña Nieto hay la creencia que si se aflojan las normas para el sector y se impulsa un nuevo marco normativo para la banca de desarrollo (en la regulación ya aprobada por los diputados se cambió el concepto de que la banca de fomento debía tener nudos positivos y se cambió por “procurar”, lo que va mucho más allá de la semántica) se logrará un mayor crecimiento.

Error

Abrir la llave del crédito por decreto es profundamente nocivo. De entrada se generaría una regulación más laxa no sólo en el conocimiento del cliente, sino en la recuperación de garantías, lo que implicaría un aumento
en la cartera vencida.

Si se analizan los datos más recientes de la banca, se encuentra que los bancos han tomado actitudes mucho más prudentes en el otorgamiento de crédito considerando la situación de la economía y la eventualidad de una mayor morosidad.

A pesar de los elevados estándares regulatorios, en los datos al cierre de septiembre se ve que la cartera vencida ha tenido su mayor expansión de la última década por una mezcla entre nuevas reglas para su cálculo, así como un repunte en la cartera vencida de créditos personales (que aún está lejos de ser un problema para el sector si se ve el índice total) y los créditos a desarrolladores de vivienda, que aún no son pérdidas para la banca.

Más allá, abrir esa puerta en una coyuntura en la que habrá menos recursos disponibles en las clases medias y altas derivado de las nuevas obligaciones fiscales, así como un repunte en la inflación esperada puede ser un ambiente propicio para una crisis bancaria cuyos efectos durarían mucho más que seis años.

Bastaría ver el tiempo que llevó a México levantarse de la estatización bancaria o de la crisis de mediados de los noventa.

La tentación de los políticos puede ser mucha de generar un efecto similar o de una droga en el crédito, pero mucho antes de pensar en qué hacer para prestar más es fundamental no sólo recordar el principio básico de este sector, sino pensar en los mejores caminos para la recuperación de garantías que sí, efectivamente, propiciarían un menor diferencial entre tasas activas y pasivas.

Se tiene que tener mucho cuidado en que el empuje transformador no termine deformando al sistema bancario, que no sólo es uno de los pilares de la estabilidad financiera del sector, sino del país.

Imagine por un momento qué hubiera pasado en México si la crisis financiera del 2008-9 nos hubiera sorprendió con una banca que en un afán de prestar, hubiera estado excesivamente expuesta a los riesgos.

Seamos claros. Los cambios bancarios deben ir a favor de mayores medidas prudenciales y no al contrario. Si se elige mal la ruta habrá que esperar una nueva crisis financiera.

 

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