Pedro Alonso

Consejería

Pedro Alonso

30 Jul, 2014

Los “objetivos” de inversión, tienen qué ser precisos

La idea con que terminé la Consejería de ayer acerca de que nadie se ve dañado por convertir en realidad las utilidades que las inversiones realizadas pueden eventualmente rendir, parte de consideraciones como que una de los significados de la palabra “invertir”, es cambiar el orden de las cosas. En el caso de los temas financieros, pienso que es claro que cuando uno invierte, es porque está dispuesto a cambiar el consumo presente, por el consumo futuro, que supone será mejor.

Si no es así, “invertir” no tiene sentido. Si las cosas en el futuro no van a ser mejores a las del presente, pues entonces no veo por qué postergar la satisfacción que su consumo supone. Como suelo decir: “Más vale ahora, porque de viejo, duele más”. Y no le veo el caso; es decir, sea lo que sea, hoy se siente más rico. Mañana, quién sabe.

Con lo anterior quiero decir que los objetivos de inversión de los que tanto se habla en los asuntos financieros, no son tasas de rendimiento, o los precios a los que una acción o cualquier otro instrumento financiero que se compra en los mercados pueden llegar. Un objetivo de inversión no es tal, si no es algo que tenga forma de un satisfactor de las necesidades que cada quién tenga, lo que por supuesto cae en una amplia gama de opciones.

Ningún objetivo es mejor que otro. La variedad es amplia y cada persona tiene a la vez un catálogo extenso. Me parece difícil que alguien tenga uno y sólo un objetivo de inversión. Pero sea el que sea, ese “objetivo”, tiene qué ser importante. Tiene que tener un significado en términos reales y no me refiero a que se tenga que superar la tasa de inflación, del plazo en que se pretenda alcanzar el “objetivo”, sino a que se obtenga la satisfacción esperada, en el momento deseado. A cambio del costo que supuso haber postergado el consumo presente.

Por eso es que de tiempo en tiempo digo que a las inversiones hay que ponerles nombre, fecha y dimensión. “Yo quiero ir al Mundial de Futbol de Rusia, en 2018”, por ejemplo. Aunque sería mejor precisar más desde ahora tal evento, para poder diseñar mejor el plan que permita alcanzar tal objetivo, o cualquier otro. Esto contiene las nociones de “cómo”, “cuánto”, “cuándo” y “dónde”, lo que necesariamente deriva la necesidad de fijar prioridades y de asumir el grado de riesgo que se puede tolerar. Lo anterior, aparentemente es obvio y simple. Quizá sí lo es, pero no es fácil de ejecutar.

Es claro —al menos para mí— que no todos los satisfactores que quiero tener, están ubicados en el mismo momento de mi horizonte temporal. A la vez, no todos tienen la misma importancia, ni me van a proporcionar el mismo grado de satisfacción. Por lo tanto, conseguir cada uno de ellos requiere un esfuerzo de análisis diferente y claro, un compromiso de instrumentación distinto. De hecho, uno tiene que subordinar unos objetivos a otros, incluso hay que prescindir de algunos. A menos que no se tenga limitación alguna en términos de tiempo o recursos financieros, habilidad de ejecución y visión de futuro, lo que me parece difícil de reunir en las proporciones adecuadas en un solo individuo.

Sí, esto de decidir qué hacer en el futuro no es fácil. Tomar decisiones en el presente, con información y experiencias —que necesariamente son producto del pasado—  y usar la imaginación  para tratar de definir cómo será el futuro —que aún no existe— en el que nuestros satisfactores aparecerán, en tiempo y forma, es una tarea complicada. Por eso se requiere un esfuerzo de precisión. Cuanto más cerca se esté de la definición del objetivo de inversión, en todas sus dimensiones, más fácil será alcanzarle.

No pierda de vista, amigo lector, que un elemento esencial para tener éxito  en la consecución de los objetivos de inversión —y  en cualquier cosa que tenga que ver con el futuro— es la habilidad que se tenga para “ajustar” el plan las veces que sea necesario, ante los cambios de la realidad, que al final del camino, hace lo que le da la gana. Suerte.

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