Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

18 Sep, 2014

¿Por qué la debacle debe ser lo que nos obligue a cambiar? ¿No sería mejor hacerlo antes?

Por más intentos que hago, no encuentro en los últimos decenios algún cambio de trascendencia que hayamos hecho voluntariamente antes del estallido de éste o aquel problema. Éstos, por pequeños que fueren, los dejamos complicar a tal grado que para cuando tomamos la decisión de enfrentarlos, ya nos estallaron en la cara.

Esta conducta, que nos viene de lejos en el tiempo, nos lleva a tomar siempre medidas correctivas a mata caballo las cuales, incompletas por lo atropellado del proceso para definirlas y aplicarlas, representan un alto costo para el país y la sociedad.

Sin embargo, por encima de la experiencia que al respecto hemos acumulado, hoy actuamos exactamente igual que ayer y anteayer; enfrentamos los problemas tardíamente y los resolvemos tan mal, que cuando estamos  festinando lo hecho, ya la realidad nos dice que lo que hicimos de nada sirvió.

Tome el problema que desee; busque en su entorno y encontrará decenas de ejemplos; éstos, van de las banquetas destrozadas por árboles cuyo tejido radicular los hace no adecuados para una zona urbana como el Distrito Federal hasta la escasez de espacios de estacionamiento y banquetas angostas copadas por mesas y sillas de establecimientos mercantiles, hecho que obliga al peatón a caminar por el arroyo vehicular.

Por otra parte, ojalá que la irresponsabilidad del gobernante y funcionarios estuviere centrada, solamente, en problemas como aquéllos; sin embargo, la desgracia es que dejan que los problemas se compliquen —hasta el estallido— en todos los ámbitos de la vida del país pero, donde mejor se muestra, es en la esfera económica.

Ahí, las consecuencias son de pronóstico reservado porque, no estamos ante la caída de un peatón en una banqueta destrozada, la imposibilidad de encontrar un espacio donde estacionar el auto o el viacrucis de un discapacitado que le es imposible desplazarse en su silla de ruedas en la ciudad que guste del país.

Estamos frente a la gestación silenciosa de una debacle la cual, sin muchas dificultades puede ser advertida por un observador medianamente informado de los fundamentos económicos.

Hoy, por más retruécanos verbales a los que se recurre para defender una política de gasto y un nivel de endeudamiento público cuyos objetivos trazados se encuentran a años luz de ser concretados, la comprensión de que la ruta seguida no es la correcta, crece día con día.

Por encima de cinco ajustes consecutivos a la baja —de las proyecciones de crecimiento del PIB—, consideramos este hecho como algo normal; hoy, dígase lo que se diga, las cosas no apuntan a una clara mejoría y menos a la recuperación sostenida del crecimiento. Los porcentajes del PIB que algunos daban por hecho hace unos meses, hoy se ven imposibles de alcanzar en el futuro cercano.

¿Otra vez, como ha sido regla desde hace decenios, será la debacle el estímulo que nos llevará a concretar los cambios a que obliga nuestro profundo atraso estructural? ¿Será acaso la amenaza de una debacle inminente, lo que nos llevará a poner en práctica a cabalidad, lo aprobado recientemente por el Congreso? Atenido a la experiencia acumulada, pienso que así será.

¿Esto puede cambiar? ¿Por qué no hablamos después de las próximas elecciones?

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