Salo Grabinsky

Del verbo emprender

Salo Grabinsky

27 Dic, 2014

Propiedad sicológica (parte II)

Continuando con la investigación de Lucía Ceja y el profesor Tápies sobre las cargas emocionales y sicológicas que definen la personalidad y carácter de los seres humanos, aplicada a los miembros de una familia empresaria y que los autores clasifican por etapas, vamos a ver la segunda época que  va de los 24 a los 35 años de edad. En este tiempo muchos jóvenes ya terminaron sus carreras profesionales e incluso especializaciones y maestrías y están listos para entrar a demostrar su valía y conocimientos en un trabajo. Una mayoría prefiere (o es obligada por las reglas de un protocolo familiar) laborar fuera del negocio familiar para aprender del ambiente de trabajo en una organización más estructurada, con disciplina, horarios y compensación adecuadas a su puesto y experiencia. Otros sienten la necesidad de “probarse” con emprendimientos  y ser independientes de su familia y de la entrada forzosa al negocio de sus padres y abuelos. Otros están indecisos y buscan salidas y hacer tiempo para posponer su decisión. En todos los casos, la etapa es, a mi juicio, crítica, para aquellos que van a definir su futuro. Es emocionalmente bastante difícil y hay un fuerte elemento de identificación o rechazo a la familia que va a guiar sus pasos. No hay que olvidar que los afectos y deseos de crear su propia familia y por ende adquirir responsabilidades  con sus parejas e hijos ya se vuelven muy importantes en sus decisiones. En fin, hay muchos factores que están en juego en esa etapa transicional.

Ceja y Tápies definen que, si entran a trabajar al negocio familiar lo empiezan a visualizar como el negocio de mi familia  y éste se va transformando en “mi empresa”. Este vínculo sicológico los va a guiar a que empiecen a ver una carrera dentro de “su negocio”. Claro que existe el lado negativo a esta situación, cuando la falta de motivación y cercanía emocional con los miembros de la familia dueña, incluidos conflictos no resueltos de infancia y juventud  y sus propios problemas los hagan dudar e incluso rehuir la responsabilidad de entrar al negocio y buscar otra vía. Peor aún a mi juicio es el que el joven entre forzado o por puro interés económico al negocio (“ahí puedo hacer lo que quiera y me pagan mucho más por ser hijo del dueño”).  Esa falta de interés y,  se puede decir, lealtad al proyecto familiar y empresarial son muy nocivas y van a causar enormes problemas.

Para complementar este asunto he asistido a muchos negocios familiares donde estos jóvenes indecisos y, por lógica, asustados ante el futuro, dan bandazos, buscan alternativas externas para independizarse del yugo de trabajo en el negocio y no tienen la motivación y deseo de trabajar tan duro como sus padres y abuelos. Quieren gozar su juventud antes de tener familias y obligaciones de todo tipo. En resumen, ven la entrada a la empresa familiar como un último recurso y al posponer esa decisión están en un limbo inestable. Otros jóvenes  están tan ansiosos de contribuir a “su” negocio que buscan entrar aun sin terminar sus estudios y adquirir experiencia por fuera. Se pueden imaginar, amigos lectores, el choque que pueden tener estos últimos cuando después de varios años de esfuerzo, se topen con sus hermanos/primos que después de pasarla muy a gusto a expensas de sus padres, deciden entrar y exigir los mismos derechos de aquellos parientes que ya están laborando por años. No es un asunto fácil y por eso se requieren reglas.

  Concuerdo con Lucía Ceja de que esta transición, de aproximadamente una década es crítica y el adquirir una sana propiedad sicológica va a guiar al miembro familiar a una carrera más satisfactoria dentro del negocio y ayudará a asegurar su crecimiento y continuidad.

Continuará...

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