Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

23 Jun, 2015

Efectivamente, la democracia no es lo nuestro

Si bien el proceso electoral no ha terminado desde el punto de vista jurídico, para todo fin práctico y desde la perspectiva del ciudadano de a pie, las elecciones ya terminaron. Hoy, él se encuentra dedicado a la persecución diría de la inasible chuleta, y a tratar de evadir la dura realidad que enfrenta; esto, mediante un trabajo embrutecedor y sin futuro alguno y en no pocos casos, mediante el consumo de alcohol u otras drogas.

¿Y los políticos, tanto los que participaron como candidatos y triunfaron o los que fueron derrotados, qué hacen hoy? Igual que aquel ciudadano de a pie, nuestros políticos también han regresado a lo suyo, a la búsqueda de más privilegios, y a preservar los adquiridos desde hace años para beneficio de ellos y los suyos.

No contentos con haberse enriquecido —una muy buena parte de ellos— a niveles ofensivos al amparo de las posiciones que han ocupado en las estructuras de los tres órdenes de gobierno y en el Poder Legislativo, tanto en Congresos Estatales como en el Congreso de la Unión, hoy pretenden seguir haciendo negocios al amparo del poder.

Las rabietas de algunos y las marrullerías de otros, secundadas ambas por los dirigentes de sus respectivos partidos y la estructura jurídica que han creado —con especialistas carentes de toda ética y honradez intelectual—, para tratar de obtener en la mesa lo que las urnas no les otorgaron, dejan ver su desprecio por la democracia y la decisión ciudadana.

Para ellos, la única decisión que aceptan gustosos, no es otra que su victoria; en caso de no obtenerla, no aceptan el rechazo ciudadano que se dio por razones diversas; para ellos y sus abogados, su derrota fue consecuencia de la trampa, la compra del voto, el uso indebido de recursos públicos y sobre todo, la conducta delictiva del adversario y su partido. Poco les importa que las derrotas en la vida de un político sean más numerosas que las victorias; poco importa que en toda democracia, por imperfecta que fuere, a veces se pierde y en otras, las menos, se gana.

Para los nuestros, nada de eso cuenta; si ganan, hay democracia y respeto del voto ciudadano el cual, afirman ufanos, fue emitido en plena libertad, y con la plena consciencia de que apoyaron el manejo inteligente de la economía (¿dónde hemos escuchado esto?).

Nuestros políticos son refractarios a la democracia; para ellos, lo único que importa, es la posibilidad de llegar a ésta o aquella posición para, desde ahí, con el uso ilegal de los recursos y facultades puestos a su disposición, hacer negocios con cómplices y socios para enriquecerse rápidamente —o aumentar aún más su abultada riqueza, sin respetar en lo más mínimo esas monsergas de la transparencia y la rendición de cuentas, y menos el eso del respeto de la ley, por todos y sin distingo alguno.

¿Luego entonces, qué es lo que realmente les importa y seduce? No la democracia ni la legalidad que ella exige; por el contrario, lo suyo es el autoritarismo y la manipulación política del ciudadano y su voto. Éste es el que les importa; quieren que su llegada a ésta o aquella posición, lo dicen con cinismo, se vea democrática. No que lo sea, repito, sólo que lo parezca.

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