Víctor Beltri

Víctor Beltri

10 Mar, 2016

Los taxis de Guadalajara

Uber es noticia, sin duda. Por el servicio que ofrece, por el modelo de negocio que ha creado, por las reacciones que ha despertado en los lugares en los que opera. La plataforma de servicio de transporte ha revolucionado una industria anquilosada: quienes no se adapten a los nuevos tiempos terminarán por desaparecer.

El ejemplo más claro, por supuesto, es el lamentable espectáculo que brindaron los taxistas en Guadalajara, y cuyas imágenes han dado la vuelta al mundo. La trifulca que protagonizaron –en el marco de una manifestación que tenía como objetivo desquiciar el centro de la ciudad para exigir la salida de Uber– no es sino un reflejo de lo primitivo de un gremio que no entiende que, si están perdiendo trabajo, es precisamente por el mal servicio y la actitud prepotente de quienes no dudaron en tomar prácticamente por asalto un centro comercial y agredir a quien tuvieran enfrente.

Guadalajara es una ciudad que vive del turismo y del comercio. Una ciudad que cuenta con una infraestructura formidable para todo tipo de eventos, y que recibe a millones de personas cada año para eventos lo mismo culturales –como la Feria Internacional del Libro– que religiosos –como los relacionados con la Luz del Mundo o la Virgen de Zapopan– o deportivos –como los Juegos Panamericanos de hace algunos años–. Sin embargo, el acceso a estos eventos –y muchos más– está monopolizado por quienes utilizan la coacción y la violencia en contra de quienes, a final de cuentas, les dan de comer: los taxistas pretenden seguir en las condiciones actuales, unas condiciones de las que el mercado está harto.

Subir a un taxi en Guadalajara es una experiencia que remite a los países más subdesarrollados hace algunas décadas. Vehículos viejos, interiores descuidados, higiene inexistente. Exceso de velocidad, música a todo volumen, los taxímetros que se cambian por la negociación obligada con conductores que hablan por teléfono y se comportan como si le estuvieran haciendo un favor al usuario. Como si la potestad de transportar pasajeros les perteneciera a ellos, y sólo ellos pudieran decidir cómo ejercerla: esa es, a final de cuentas, la lógica detrás de las protestas. Sólo ellos, y en sus propios términos: de lo contrario la violencia. Es increíble que la ciudadanía tenga que ponerse de acuerdo con los conductores de Uber para orquestar en conjunto una coartada, en caso de que fueran detenidos por los taxistas a los que nadie pone un freno, o que ciudadanos que nada tienen que ver con el asunto hayan sufrido agresiones porque algún taxista decidió, desde el interior sucio de su auto descuidado, que podrían pertenecer a la compañía que ofrece un mejor servicio.

¿Quién, después de las imágenes de hace unos días, querría viajar en un taxi normal en Guadalajara? ¿Qué turista se puede sentir seguro en el asiento trasero de quien es capaz de propinar una golpiza al que se interpone en su camino? ¿Qué ciudadano se puede sentir seguro en una ciudad en la que las autoridades no han logrado controlar lo que se demuestra es un grupo proclive a la violencia?

El asunto de los taxis en Guadalajara va mucho más allá de la competencia entre dos modelos de negocio, y se centra en la impunidad de grupos de poder formados al amparo de liderazgos corruptos. En este sentido, los taxistas tapatíos no difieren mucho de los maestros o los electricistas que no dudan en estrangular a la ciudad con tal no perder sus privilegios: la sociedad tendría que tomar cartas en el asunto y demostrar que no está de acuerdo con el chantaje. Esa es, en parte, una de las razones de que la gente no sienta empatía hacia quienes hoy ven con desesperación que su monopolio se esfuma.

Los taxistas de Guadalajara no sólo ejercen la violencia con impunidad, sino que frenan también el desarrollo de una ciudad vibrante que por ningún motivo debe someterse al chantaje de quienes sólo quieren conservar sus privilegios. Guadalajara no se merece el mal servicio, Guadalajara no se merece las agresiones, Guadalajara no se merece la imagen que proyectan los taxistas al exterior. Es el momento de que las autoridades hagan algo al respecto: la innovación no puede detenerse por el interés específico de grupos particulares.

                @vbeltri

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