Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

24 May, 2016

¿Qué esperar ante lo que vemos? ¿Más desconfianza y violencia, y menos legalidad?

Hoy, contar en un país con instituciones respetadas y respetables, cultura de la legalidad y un Estado de derecho vigente, además de estímulos claros y efectivos de la libertad del ciudadano en todos los aspectos, entre otros elementos, es un requisito obligado para generar confianza entre los inversionistas.

Lo anterior es, en buena parte del mundo, un requisito prácticamente insalvable para interesar a los inversionistas, para que éstos tomen riesgos e inviertan aquí o allá, en proyectos que contribuirían al crecimiento y desarrollo económico, y la creación de empleo formal.

Desde fines de los años ochenta o principios de los noventa del siglo pasado, los inversionistas —del exterior o locales—, han agregado a sus análisis, elementos cualitativos que pocos años antes no eran tomados en cuenta.

La competencia entre decenas de países por atraer inversión extranjera cobró visos —en ciertos casos—, de ser una especie de guerra de nuevo tipo la cual, ya no es peleada entre ejércitos sino entre promotores —públicos y privados— quienes, armados con lujosos folletos y presentaciones atractivas y archivos con datos de todo tipo, recorren el mundo a la búsqueda de inversionistas.

En esta guerra de nuevo tipo, todo se valía y se vale; los dulces ofrecidos a los oyentes, no son otros que beneficios fiscales que los empresarios locales jamás soñaron lograr; las exenciones de todo tipo y el regalo de terrenos e inversión en infraestructura complementaria, hacen salivar al inversionista potencial.

Sin embargo, no siempre incentivos de esa índole bastan hoy para convencer a quienes están acostumbrados a recibir, continuamente, a funcionarios que hablan maravillas de su país, y a promotores privados que cuentan maravillas dignas del paraíso, de sus ciudades y parques industriales, y del recurso humano altamente calificado. 

Ellos, ahora quieren algo más; estabilidad política e instituciones fuertes, respetadas y respetables; un Estado de derecho vigente, y una cultura de la legalidad que haga respetar el contenido de los contratos y los derechos privados de propiedad.

Estos aspectos, entre otros similares, no eran ni siquiera mencionados en las promociones de hace pocos años. Sin embargo, hoy son importantes —para no pocos inversionistas— y, en ocasiones, más que los estímulos económicos ofrecidos.

Es aquí, diría el porcicultor, cuando la puerca torció el rabo. Nuestros promotores del sector público y del privado, no saben qué responder ante cuestionamientos de nuestra falta de institucionalidad y adoración de lo ilegal, de la violencia y la violación sistemática de la ley.

Hoy, tiempo de campañas, ¿qué vemos? La mofa de la ley, y violación sistemática de toda regla y conducta a que obliga la democracia. Si bien mucho de lo visto no es nuevo, el dorado autoritarismo nos lo dio a manos llenas, lo de hoy rebasa lo visto en esos años.

¿Acaso los que hoy se mofan de la ley y hacen escarnio de ella, sin distingo de partidos, la respetarán mañana? Por favor, no sueñe; delincuentes electorales hoy, saqueadores del erario mañana. Recuerde, perro que come huevo, aunque le quemen el hocico.

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