José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

29 Mar, 2019

Revisionismo histórico

El Presidente de México acaba de subirse a la ola de revisionismo histórico que consume a movimientos políticos en el mundo entero que suelen ubicarse en los extremos ideológicos de derecha o de izquierda, y que pretenden que se dé un giro radical a la interpretación de hechos ocurridos hace años o siglos.

Ése es el caso de las necias epístolas enviadas al rey de España y al papa Francisco pidiéndoles que se disculpen con “los pueblos originarios” de lo que ahora es México por lo ocurrido cuando llegaron los españoles a los territorios americanos blandiendo la espada y la cruz y en la subsecuente colonización.

Es clara la intención del líder de reescribir una historia acorde a sus preferencias para quedar bien con sus seguidores, pero me parece una pésima ruta, pues lo único que consigue es ahondar la fractura de la sociedad, el odio entre
“mexicanos fifís” y el pueblo bueno y crear broncas foráneas frívolas.

El neonacionalismo autóctono que está erigiendo el gobierno actual se parece al que se inculcó con ardor en la etapa posrevolucionaria, pero, como nos recuerda Guillermo Sheridan, tiene diferencias básicas pues el de hoy recurre al fervor religioso, lo mismo cristiano que ancestral, como “fuente certificada de oriundez identitaria,” que sirve de paso para reforzar su legitimidad política.

El movimiento identitario —neologismo aun no aceptado por la Real Academia Española— surge en Francia asociado con la derecha extrema, racista, antimusulmán y propulsora de la teoría de la conspiración del genocidio blanco, y se ha extendido a otras naciones europeas, motivando UKIP, corriente responsable del Brexit británico.

En Estados Unidos se identifica con minorías racistas que propugnan la supremacía blanca y que forman parte de la facción ultra-reaccionaria “derecha alternativa,” que es uno de los más fanáticos apoyos que tiene el presidente republicano Donald Trump.

Pero también hay un revisionismo identitario en el otro extremo ideológico que pretende borrar de la historia a héroes que poseyeron esclavos o que lucharon por la secesión.

Parte de este movimiento se ha manifestado en la demolición de símbolos, como estatuas de Cristóbal Colón —que en Estados Unidos se celebra por su país de origen, Italia, y no por el que financió su hazaña—, acusado de genocida y saqueador.

En esta misma línea orwelliana está la propuesta de la falange socialista del Partido Demócrata estadunidense de pagar compensación a los negros por la explotación que sufrieron sus ancestros al ser esclavizados, lo que lleva a cuestionar por qué no hacerlo también con los sucesores de nativos liquidados en masa y desplazados de sus tierras y de los mexicanos en los territorios conquistados en 1848.

Este proyecto histórico y político del actual gobierno de México es un botón de muestra más del nativismo en su rechazo a lo que venga de fuera, aunque en el caso que nos ocupa sea una gansada en una país sin la menor duda mestizo en lo étnico,
y culturalmente al centro de la comunidad hispanoamericana al ser la nación con el mayor número de habitantes que hablan el español.

 

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