José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

11 Ene, 2019

Terquedad y estulticia

En renovada muestra de su incapacidad para entender la gran diferencia entre hacer campaña política y gobernar un país, Donald Trump dirigió un mensaje a la ciudadanía desde la Oficina Oval de la Casa Blanca el martes pasado para repetir la urgencia de construir su muro en la frontera sur de su país.

Desde que brincó al escenario político hace dos años y medio no ha dejado de repetir hasta la saciedad que construirá una obra que todos los expertos en seguridad nacional califican de inútil y desperdiciosa, aunque ya no repite que México lo pagará, como dijo en campaña, sino que ya lo está pagando.

La insólita aclaración que el muro está siendo financiado gracias a los términos convenidos en el nuevo acuerdo comercial de Norteamérica, es peor que una mentira más de las que repite Trump todos los días, es una fantasía que se basa en su completa ignorancia de cómo funciona el comercio internacional.

Él piensa —es un decir— que el nuevo acuerdo, que no ha entrado en vigor porque no ha sido aprobado por las legislaturas de los países signatarios, habrá de reducir el superávit comercial que tiene México con EU, que de esa manera estaría sufragando el infame muro fronterizo.

Mientras este pago inexistente y fantasioso se concreta, Trump exige que el Congreso de su país apruebe una partida de cinco mil 700 millones de dólares, y para ejercer mayor presión cerró parcialmente el gobierno al rechazar el presupuesto que le envió el Legislativo porque no incluía la cantidad exigida por él.

El cierre afecta a 800 mil servidores públicos que están en sus casas, y en algunos casos trabajando, sin recibir su sueldo y creando problemas de todo tipo, desde la imposibilidad de cerrar la compra-venta de inmuebles porque la autoridad tributaria no puede proporcionar declaraciones de impuestos, hasta suspender la revisión de embarcaciones y ¡de contratos para construir el muro!

En su discurso del martes no adoptó lo que se califica “la opción nuclear” con la que había amagado: declarar el “estado de emergencia nacional”, facultad al alcance del Presidente que le daría poderes virtualmente dictatoriales, como suspender comunicaciones electrónicas o congelar cuentas bancarias.

La premisa para que haya tales poderes de emergencia, es que ante una auténtica crisis los poderes ordinarios del gobierno pueden ser insuficientes para enfrentarla y enmendar las leyes, para ello implicaría un proceso lento y tortuoso, cuando lo que se requiere es acción urgente y a fondo del gobierno.

La existencia de tales poderes al alcance del Presidente supone también que él actuará con el mayor provecho de su país en mente, como en el caso de una guerra inesperada o de un gigantesco desastre natural y no con el único interés que motiva al fatuo Trump, que es el suyo propio, de su familia y sus negocios.

Que tal opción nuclear no fuera detonada no garantiza que se haya conjurado en definitiva, pues puede retomarla en cualquier momento, como en su viaje a la frontera para verificar la profundidad de la “crisis” que se inventó, aunque sus actos han causado ya un gran daño a quienes buscan asilo humanitario.

En la mente calenturienta de Trump, declarar el estado de emergencia le permitiría acceder al dinero que le ha negado el Congreso, pero que está disponible en el Pentágono justamente para enfrentar casos de urgencia, y con ello ordenarle a las fuerzas armadas construir su ansiado muro.

Cualquier similitud de tal actitud con la del Presidente de México al anunciar la construcción de su anhelado aeropuerto de Santa Lucía con el Ejército, no es mera coincidencia, es la forma en que actúan los aspirantes a autócratas que carecen de tiempo y paciencia para trabajar dentro de sistemas democráticos.

¡Seguimos hallando más rasgos comunes entre estos dos personajes!

 

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