Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

22 Dic, 2021

¿Cómo se repite la historia?

El poético romántico muere con la realidad del escritorio de gobierno. El idealista revolucionario resulta mal funcionario.
Daniel Ortega, antes guerrillero y romántico revolucionario, el que en los setenta se rodeó de intelectuales, académicos, barbudos marxistas y hasta sacerdotes, perdió el poder en 1990 después de un desastre de administración para, 16 años después, transformarse en candidato católico redentor que pedía perdón por sus pecados anteriores.

El antes crítico de los gobiernos de corte neoliberal, la apertura comercial y la ortodoxia económica, al volver a ganar la presidencia, jugó al discurso político de izquierda bolivariana. Todo era normal: mientras la economía crecía, él y muchos otros se enriquecían.

Sin embargo, cuando la economía se estancó, vino la verdadera cara del dictador. Reprimió a estudiantes, empresarios, políticos de oposición, desgastó instituciones y encarceló a sus adversarios. De dictador marxista setentero pasó al católico reconciliador, para redefinirse en enriquecedor y finalmente en dictador populista.

Y es que, aunque extrema, la historia de Nicaragua demuestra una tendencia más grande en América Latina de bandazos de derecha a izquierda, de normalidad democrática a dictadura ideológica, de comprobadas fórmulas económicas liberales a la economía del compadrazgo que crea nuevas clases empresariales progobierno.

Al final de cuentas, aunque nunca como ahora se ha tenido tanto bienestar y crecimiento en América Latina, éste ha sido muy desigual. En esa desigualdad nace la poética izquierda de eslóganes, tan mala para gobernar, pero tan buena para movilizar.

Es con esta fórmula que han nacido los populismos de izquierda de Ortega, en Nicaragua; Castillo, de Perú; López Obrador, en México; Chávez, en Venezuela; Kirchner, en Argentina, y ahora del líder estudiantil presidente de Chile, Gabriel Boric.

 

Todos aprovecharon momentos de crisis en gobiernos “neoliberales” para implementar una izquierda nacionalista conservadora, sin mayor sustento económico o coherencia que el carisma del líder, el uso de las masas, la aniquilación de los adversarios y el conveniente silencio ante las dictaduras cubanas y venezolana.

Por eso preocupa la inestabilidad y los bandazos en Nicaragua, México, Chile y otros. Cuando se piensa que vamos a dar dos pasos hacia adelante para crecer y salir de la desigualdad, surgen fórmulas mágicas del populismo que nos tiran cuatro pasos hacia atrás.

Es la historia del discurso contra la desigualdad que, en la práctica de gobierno, hace a sus amigos en menos desiguales y a los demás en más iguales en la pobreza. Es el uso de fórmulas inservibles del pasado para enfrentar complejidades del futuro.

Es descartar los datos y la técnica para seguir la guía iluminada del líder improvisado. Es poner a líderes ineptos, pero carismáticos, al frente de países que necesitan líderes capaces que favorezcan mayor apertura democrática y económica.

Es el uso del insulto y la descalificación ante la falta de una buena administración. Es el candidato Ortega, Boric o López Obrador que prometen la reconciliación, pero en el gobierno entregan mayor polarización.

Es la historia que se repite.

 

Nos vemos el próximo año

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