Rodrigo Pérez-Alonso

Frecuencias

Rodrigo Pérez-Alonso

31 Ago, 2022

El hijo del sistema

 

 

A veces las transformaciones de un país nacen en donde menos se espera. Sin bombo o platillos, los cambios se dan en un país con una acumulación de frustraciones colectivas.

El personaje central de esa transformación las inicia tras caer en cuenta de ese enojo; escucha distintas voces y orienta esa energía destructiva hacia un cambio positivo. Algunos otros cambios, cuando se fuerzan —entre discursos y retórica—, se quedan en el olvido de la historia. El personaje central, tan concentrado en su propia voz y soluciones unilaterales, usa esa energía colectiva negativa para sus propios fines; el cambio prometido queda en el desastre.

Esas son dos versiones del liderazgo de un país: uno transformador, efectivo, y otro, falso redentor. La diferencia está precisamente en los personajes que lo encabezan y su disposición a escuchar esas voces. En un país nació, en el sur, en el seno de una familia pobre, un personaje que fue un auténtico hijo del sistema. A través de los años, se convirtió en líder juvenil del partido de Estado, líder regional del mismo y continuó subiendo los escalafones del poder partidario y estatal. Llegó entonces a ser el primer mandatario del país y, en seis años, transformó por completo el antiguo sistema político y económico.

Por otra parte, el líder de otro país llegó al poder tras años de ser un hombre de partido de Estado. Nació en el sur del país, fue líder juvenil, líder estatal y, tras ser hombre del sistema, fue gran crítico de éste. Luchó por años para volver al Estado su poder centralizador. Después de años y tras varias campañas, llegó al poder prometiendo grandes transformaciones, pero sin escuchar a los demás. Sus proyectos fueron unilaterales y, bajo la terquedad de un gran redentor, la transformación fue ruidosa, pero poco efectiva.

Bajo la primera óptica, Mijaíl Gorbachov, último primer líder de la Unión Soviética, reformó el país y cambió para siempre la historia. Prometió apertura económica y política, logrando transformar siete décadas de corrupción y burocratismo estatal. Ayer, tras 91 años de vida, murió con un legado internacional de ser un gran transformador, no sólo de su país, sino de esa visión de centralismo mesiánico. Tras décadas de decisiones unilaterales, supo escuchar a los críticos y evolucionó hacia un liderazgo efectivo. Por supuesto, algunos lo culparon por destruir la “antigua gloria” de la Unión Soviética y esa visión ideológica obsoleta.

Por otra parte, en nuestro país —al igual que otros países de América Latina— regresamos a la visión estatista y unilateral de la transformación. Los programas de cambios hacen mucho ruido y repiten viejas frases ideológicas o culturales de la victimización —basadas en el marxismo—, pero no resuelven mucho. Al momento de aterrizar, todo se queda en un desastre administrativo y gasto estatal excesivo. En México, el líder es el Estado y el Estado es el líder. En la Unión Soviética, el hijo del sistema transformó al país renegando la ceguera ideológica de su partido. En México y América Latina, los hijos usan esa ceguera ideológica sin transformar mucho.

Un personaje será recordado por la historia. Los otros, no tanto.

 

 

Síguenos en Twitter @DineroEnImagen y Facebook, o visita nuestro canal de YouTube