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Rodrigo Pérez-Alonso12 Oct, 2022
La broma de las aerolíneas 4T
La última locura no fue anunciada, sino revelada. Con las filtraciones de documentos confidenciales de la Secretaría de la Defensa Nacional, se desnudó (aún más) cómo el gobierno de la cuarta transformación diseña y ejecuta sus políticas públicas. La premisa básica es la ocurrencia, pasando por los sesgos ideológicos nacionalistas-estatistas y concluyendo con programas sin pies ni cabeza.
Ahora toca, una vez más, las ocurrencias en la aviación. El distractor de la venta del avión presidencial no se le ha cumplido al Presidente. Desde su campaña, prometió venderlo, para después rifarlo, pasando por ofrecerlo a otros países y, finalmente, buscar cómo deshacerse de él a como dé lugar. La premisa fue la idea que un avión —que no le pertenece al Estado mexicano, sino que es un arrendamiento financiero—, era el símbolo del derroche. El sesgo ideológico fue la llamada “austeridad republicana” para hacer a toda la administración pública pobre bajo el precepto de que no podía haber “gobierno rico con pueblo pobre”. La conclusión ha sido el fracaso de mantener un avión (arrendado) estacionado.
Por más soluciones que se han pretendido construir para deshacerse del avión, la venta de un bien, que no les pertenece, ha sido imposible. La más reciente revelación en los documentos de la Sedena es una broma: ahí se menciona cómo el gobierno pretende crear una aerolínea estatal operada por los militares para transporte turístico, de la mano con el Tren Maya y otros proyectos similares. La aerolínea tendría un costo —de acuerdo con las estimaciones de la Sedena— de entre mil y mil 800 millones de pesos, y contaría con al menos diez aeronaves arrendadas.
El proyecto por sí mismo ya es descabellado. Sin embargo, se le agrega insulto a la herida con la insinuación de que todo esto se diseñó, en gran medida, para incorporar al avión presidencial a una flota de aviones y hacer una aerolínea bajo ese concepto. En otras palabras, la aerolínea estatal se pensó alrededor del avión presidencial y la incomprensible idea de que el Estado debería de operar —bajo el mando y conducción de la Sedena— una nueva aerolínea comercial.
El documento, incluso, sugiere reformar el Reglamento de la Ley de Aeropuertos para permitir a esta nueva empresa estatal pueda operar aeropuertos y aerolíneas, algo actualmente limitado por la ley. La política pública genera más dudas que las que resuelve.
En el pasado, el Estado mexicano ha experimentado con ser propietario de aerolíneas comerciales y otras empresas paraestatales del sector transporte y turístico tan diversas como hoteles, balnearios, estadios deportivos y hasta parques de diversiones. En casi todos los casos, la falta de planeación, los malos manejos y las decisiones políticas resultaron en costos muy altos para el erario y oportunidades perdidas para la economía.
Éste es el “glorioso” periodo del pasado que el gobierno quiere retomar con ideas y propuestas de esta naturaleza. Quiere ser el gobierno de un Aeroméxico y Mexicana en manos estatales y, no sólo eso, manejados por el Ejército. Quiere empresas paraestatales que, en un futuro no muy lejano, generarán presiones para el presupuesto público y un Estado abultado.
Por eso, la broma de la aerolínea es otra más de las pifias sin sustento a las que nos acostumbraron.