Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

29 Jun, 2022

Los extremos iliberales

 


Hace unos días, la Suprema Corte de Estados Unidos regresó la regulación del aborto a los estados, rechazando el precedente de Roe vs. Wade, que permitía constitucionalmente el aborto a nivel federal. Los conservadores festejaron, mientras que la izquierda se escandalizó. En otro caso, el Congreso de Estados Unidos reguló el uso de las armas en manos de civiles. Se escandalizaron los republicanos, mientras que los demócratas festejaron. Por años, Estados Unidos y gran parte de las democracias occidentales han echado por la borda la discusión y civilidad política; no hay punto medio ni consenso en temas tan controversiales como estos. Todo debe ser blanco o negro; ellos contra nosotros.

La cosa pública en Estados Unidos y otros países ahora altamente polarizados —como México— no siempre fueron así. Hubo un momento de sus historias en donde el disenso existía, pero no dividía como ahora. Las posiciones políticas no eran tan sectarias y totalitarias como para cancelar, censurar o insultar las ideas del adversario. Sin embargo, en algún momento se perdió la civilidad política y se empezó a ver al otro como un ente lejano, abstracto y eliminable. El caldo de cultivo estuvo puesto para que candidatos populistas como Donald Trump o López Obrador usaran esa división —o la fomentaran— para asumir el (o mayor) poder.

Ese momento nunca fue tan visible como ahora. La división está más presente que nunca. Ambos lados —progresistas y conservadores— asumen sus posiciones como verdades absolutas, dignas de defenderse, sin conocer o escuchar la posición contraria. Ello lleva a juzgar una posición u otra desde una supuesta superioridad moral y pontificar como si el mundo fuera binario.

Ejemplo de ello es que, en el tema del aborto, múltiples movimientos iliberales progresistas han dominado la narrativa de que rechazar el aborto es objetar las libertades individuales y las conquistas de izquierda. Por otra parte, los conservadores extremos —también iliberales— empujan la narrativa de que el aborto es un pecado y atenta contra los valores cristianos. Ambos asumen posiciones que dejan poco que dialogar.

Una división de posiciones extremas fue la que, gradualmente, llevó a la destrucción de la República en épocas clásicas y la que, en la época moderna, causa tanto daño al debate y la civilidad. ¿Cuál es la solución? La revolución francesa instauró un régimen republicano —después de la monarquía y el terror—, donde los valores liberales de libertad individual y propiedad privada se volvieron también los de occidente. Esos valores —la libertad de prensa, pensamiento, asociación, expresión y otros—, junto con la división de poderes, sobrevivieron durante siglos en occidente y permitieron que la civilización floreciera —con sus problemas y revoluciones ocasionales—.

Esos mismos valores liberales permitieron resolver los debates más álgidos, siempre bajo el respeto del adversario. Sin embargo, ahora, bajo la excusa de “ellos y nosotros”, éstos están amenazados, sin considerar el diálogo o el consenso.

El problema ahora es que todo aquel que no se sitúa en algún extremo, no tiene cabida. Eres pro o contra el aborto. Eres izquierda radical o conservador cristiano. Eres blanco o negro.

No hay grises.

Por eso, hace falta retomar los valores liberales.

 

 

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