Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

9 Feb, 2022

Peña y la guerra cultural

 

Al inicio de la pandemia por covid-19, el doctor David Hernández recetó a decenas de sus pacientes un coctel de medicinas para tratar el virus. Sin mayor respaldo científico que lo que hablaba con sus colegas —todos en el mismo barco de incertidumbre—; el infectólogo atendió a sus pacientes esperando que algún elemento de ese coctel de medicinas diera resultado más que el otro.

Entre sus pacientes estaban jóvenes, viejos, personas con condiciones preexistentes o congénitas, saludables o enfermos. El común denominador era la persistencia del virus y el desconocimiento de si, en efecto, alguno de esos componentes estaba haciendo efecto en los pacientes que trataba. Después de unos meses, con mayor conocimiento de los efectos y condiciones bajo los cuales los pacientes se infectaban, el doctor David Hernández dejó de recetar algunos componentes, seguro de que no tenían efecto alguno para curar a los pacientes o sabedor de que podrían peligrar la salud o vida de las personas que trató.

Al igual que el doctor Hernández, la comunidad médica en diversos países fue cayendo en cuenta de que los tratamientos experimentales con medicinas como la ivermectina, hidroxicloroquina y otros, no tenían base científica alguna. Organismos internacionales, como la Organización Mundial de la Salud y la Administración de Drogas y Alimentos (FDA), hicieron recomendaciones sobre estos componentes, criticando el uso de medicinas de uso veterinario o sin evidencia científica. Sin embargo, para los movimientos antivacunas, buscadores de curas milagro y escépticos recurrentes, la ciencia nunca fue correcta. El tema se politizó y los componentes milagro, ahora prohibidos, se volvieron causas por sí mismas.

Gobernantes populistas de izquierda y de derecha usaron este movimiento como plataforma de una lucha cultural: Donald Trump, Bolsonaro y López Obrador impulsaron curas milagro, como las estampitas detente o el uso de la ivermectina y hasta las inyecciones de cloro. En Estados Unidos, estrellas de podcasts, como Joe Rogan, fueron duramente criticados por impulsar curas milagro como éstas, mientras que en México, personajes como José Peña Merino (Pepe Merino), funcionario de la CDMX, lo usaron como plataforma para relucirse como falsas autoridades en el tema. El problema fueron las mentiras y las bases seudocientíficas para atraer reflectores que luego, con datos en mano, se refutaron por los verdaderos científicos y los doctores en el campo, como el doctor David Hernández.

Una retractación o humildad sirvió mucho en otros casos. De acuerdo con Retraction Watch, de Estados Unidos, desde el inicio de la pandemia se han retractado más de 200 publicaciones por razones que van desde “errores de cálculo elementales, investigadores que se niegan a proporcionar evidencia de que los estudios realmente se realizaron o hasta conclusiones que no están respaldadas por los datos”.

Sin embargo, en el caso de Pepe Merino, la arrogancia y ceguera de la guerra cultural lo volvieron en un personaje insostenible en el gobierno. Como muchos otros actores desprestigiados o impresentables, para el gobierno fue mejor tener guerreros culturales de las curas milagro —bien dignos— que funcionaros calificados en las áreas que intervienen, con la humildad de aceptar errores humanos.

 

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