Edgar Amador

Edgar Amador

17 Ene, 2017

¿Es Donald Trump nuestro enemigo?: Preparémonos para lo peor

¿Qué puede hacer un país cuando su enemigo es el Presidente de Estados Unidos? ¿Qué puede hacer un país cuando el Presidente de Estados Unidos exacerba el odio contra éste para ganar la elección y vertebra su programa de gobierno de los próximos cuatro años alrededor de un muro en la frontera? ¿Qué puede hacer un país cuando el Presidente de Estados Unidos se ha fijado el objetivo de destruir su industria más exitosa?

Tales son las premisas sobre las cuales deberán de fijarse la política económica, la política exterior y la política en general en México en los próximos meses y años. Muchos analistas siguen diciendo que no hay que exagerar, que Donald Trump no es tan terrible como parece. Creo que debemos prepararnos para el peor escenario. Para un escenario en donde el león sí sea como lo pintan.

Si Donald Trump  será tan terrible con México como parece ser, entonces la primera misión de México es la de evitar que la fobia del Presidente se convierta en una política de Estado. Que la fobia sea personal, y que ni el Estado ni las grandes corporaciones la compartan. Suena más fácil decirlo que hacerlo. La respuesta que Ford, Fiat y otras armadoras, junto con la simpatía con la que los republicanos ven el muro en la frontera México-estadunidense sugiere que la fobia de Trump tiene, ya sea simpatías, o será acatada por las corporaciones.

¿Cómo convencer a los republicanos, y más aún, al estadunidense promedio, de que México no es el enemigo que le ha robado millones de empleos, sino un aliado que ha contribuido a que se creen millones de empleos adicionales? El aliado clave en este punto serán las corporaciones: las automotrices, las electrónicas, las de aviación, quienes se han apoyado en los trabajadores y proveedores mexicanos para competir en el mercado global. Son éstas las que deben de convencerse y luego convencer a la clase política de que, independientemente de lo que su Presidente piense, México es esencial para la competitividad de Estados Unidos.

Convencer al partido republicano será más difícil. Esta instancia está cooptada por una coalición ultra conservadora para la cual México representa lo que Trump comunicó a sus electores: la razón por la cual millones de estadunidenses no han prosperado por un par de décadas. Los republicanos, sin embargo, no son un monolito, y sobreviven republicanos de centro, tradicionales, ligados a las grandes corporaciones, que siguen creyendo en la necesidad de la integración económica de Norteamérica. Sobre estos grupos republicanos deberá México de apoyarse para proteger y reconstruir el consenso a favor del multilateralismo destruido por la coalición Trump.

Lo que parece imposible es convencer a los estadunidenses que compraron el antimexicanismo de Trump de que el Presidente no tiene la razón. Quizá en algunos años, cuando vean que los empleos que les prometió no regresen a pesar del muro, que las exportaciones estadunidenses no florecen a pesar del cierre de las automotrices en México, que sus salarios no se recuperan ni renegociando el Nafta, quizá pueden olvidar la rabia que los llevó a votar con la irracional xenofobia con que lo hicieron en noviembre de 2016.

Hay una forma más sencilla de atacar todos esos problemas. Convenciendo a Trump de no hacer con México todo lo que ha dicho.

¿Qué tan difícil será que Ford, General Motors o Nissan lo convenzan? ¿Lo podrán hacer cambiar de opinión las electrónicas y las aeronáuticas que han hecho de México una potencia en esos sectores? ¿Podrán convencerlo las petroleras que comienzan ya a prospectar en el país? ¿Podrá hacerlo México trabajando a nivel personal en el primer círculo de Trump?

Y suponiendo que el primer círculo de Trump, e incluso Trump mismo, sea convencido de que su plataforma antimexicana es contraproducente para su país: ¿podrán Trump y los republicanos echar marcha atrás ante su furiosa coalición ultra conservadora de enterrar una de las banderas que lo eligieron? ¿Podría Trump regresar el genio de la lámpara sin que haya consecuencias? Quizá no.

Supongamos que México (el gobierno, sus empresarios, sus aliados, todos) no logra revertir la agenda antimexicana que vertebra la plataforma de gobierno de Trump. Como aquí hemos insistido muchas veces en el pasado: las consecuencias serían terribles, pues implican la reversión del consenso multilateralista e integrador que permeó en Estados Unidos desde finales de los 80.

Es un cambio total de las reglas del juego. Y para eso debemos prepararnos. Debemos de prepararnos para lo peor. Para una relación México-Estados Unidos totalmente distinta a la que vivieron las últimas dos generaciones de gobiernos y empresas.

Síguenos en Twitter @DineroEnImagen y Facebook, o visita nuestro canal de YouTube