Edgar Amador

Edgar Amador

27 Feb, 2017

¡Oh La La! ¡C’est La Catastrophe!

Que la Gran Bretaña salga de la Unión Europea es un golpe terrible para el proyecto económico común, por supuesto, pero la verdad es que las islas británicas siempre se han visto como eso, como ínsulas en todos los aspectos respecto de Europa, y cada vez que alguien les recuerda a los ingleses que ellos son en verdad normandos que olvidaron el francés, los que se creen anglosajones puros saltan furiosos. Pero que Francia abandone la zona Euro es otra historia: sería el fin de la moneda común.

Donald Trump y su sique esquizofrénica nos han tenido tan entretenidos que hemos olvidado un riesgo fundamental: la posibilidad que la extrema derecha francesa llegue al poder, lo que implicaría quizá la desintegración de la Unión Europea y por tanto del euro, pues tales premisas se encuentran dentro del corazón de la plataforma del temible Frente Nacional.

El ejemplo francés es un escenario de pesadilla: el centro está completamente desecho, pues existe la posibilidad de que ninguno de los dos partidos que han dominado la política francesa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, logre colarse a la segunda vuelta. Francia es el ejemplo más claro de lo que pasa cuando la globalización falla en beneficiar a la mayoría de la población: el centro político hace implosión. Ni el Partido Socialista ni los Republicanos podrían estar en la segunda ronda para detener la marcha de los fascistas del Frente Nacional, y esa tarea podría recaer en un candidato independiente sin estructura política capaz de hacer frente al fascismo, el sorprendente Emmanuel Macron.

En Estados Unidos y en Inglaterra, el populismo nacionalista encontró cabida en el partido conservador (los Republicanos y los Tories), y la extrema derecha victoriosa ha jalado hacia el límite a las instituciones políticas sin destruirlas. Pero en Francia eso no ha sido posible: la furia del Frente Nacional no ha sido albergado dentro de los republicanos, y el desencanto del partido socialista ha provocado el desfonde del otrora más sólido partido de izquierda de Europa.

El centro ha sido dinamitado, completamente desintermediado, a diferencia de la Gran Bretaña y Estados Unidos, en donde las instituciones, corridas al extremo, pudieron albergar a la ultraderecha globalifóbica.

El colosal mercado de bonos global, que vale 13.9 billones de dólares, ha sido presa los últimos dos meses de los avatares de la elección presidencial francesa. Que el Frente Nacional sea el partido más votado en la elección es un hecho, así que lo importante es ver quién enfrentará a Marine Le Pen en la segunda vuelta, y todo parece indicar que será el independiente Emmanuel Macron, un trásfuga del gobierno socialista de François Hollande que ha presentado al electorado francés una opción fresca, fuera de los partidos dominantes, y una plataforma europea e integracionista para oponerse al fascismo del Frente.

La desintegración del centro francés ha incrementado la posibilidad de una victoria de Le Pen, y cada punto adicional en las encuestas tiene un costo en el mercado de bonos, abaratando los bonos franceses y aumentado el diferencial respecto de los más seguros bonos alemanes, enviando ese diferencial a niveles récord. Como el precio de los bonos y su rendimiento se mueven en sentido contrario, la alta demanda por la seguridad de los bonos alemanes ha hecho que estos instrumentos tengan un rendimiento de -1% (si, menos uno por ciento), presionando los márgenes operativos de los bancos alemanes y encareciendo el financiamiento de los franceses.

Todos los sondeos en Francia indican que la estrategia desarticulada e improvisada de sus habitantes para detener al fascismo va a funcionar después de todo: ya sea Macron o Fillon, derrotarán a Marine Le Pen en una segunda vuelta de manera abrumadora.

Si tal evento se materializa, entonces la estrategia francesa de desfondar al centro tradicional para construir una alternativa fresca e independiente ante la extrema derecha habría funcionado.

Y si es el caso entonces, es buen momento para comprar bonos y acciones de bancos franceses que han sido vapuleados recientemente. Pero de no ser así, entonces sería un ¡Oh la la!, ¡C’est la catastrophe!

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