Edgar Amador

Edgar Amador

24 Ago, 2015

La crisis que viene (¿o ya llegó?)

Pronosticar es muy complicado, decía el físico Neils Bohr, sobre todo tratándose del futuro.

La boutade del físico parece una frase de Yogui Berra, o del filósofo de Güemes, pero es correcta. ¿Qué daríamos por saber si la horrenda sesión del viernes pasado, cuando las bolsas mundiales se desplomaron, la mayoría de las monedas fueron aplastadas y los precios del petróleo derrumbados a su mínimo de nueve años, fue una jornada excepcional, o si es la puerta de una renovada recesión en algunas de las economías clave del mundo?

Los ciclos económicos son difíciles de clasificar, y sólo en retrospectiva podemos saber cuándo comienza una expansión y cuándo termina, pero lo cierto es que el actual periodo de crecimiento global (que se ha sentido como un largo estancamiento en realidad) ya está tan maduro que, estadísticamente, la probabilidad de una recesión crece cada día.

En Estados Unidos, la duración promedio de un ciclo expansivo es de alrededor de siete años, y la actual expansión, iniciada en 2009, tiene ya esa edad. Lo mismo pasa con los mercados alcistas: el actual, que inició también en 2009, tiene ya más de seis años y está en el promedio del momento en que una corrección de los precios de las acciones severo suele interrumpir las alzas.

Pero no nada más la estadística parece sugerir que la expansión económica y el alza de las bolsas podrían estar cerca de una corrección. Varios datos fundamentales apuntan a condiciones que no permiten estar muy optimistas con respecto al ciclo de negocios en el mediano plazo: los precios de las materias primas, que en varias ocasiones en el pasado han adelantado con su comportamiento el ciclo económico general, se han despedazado y se encuentran en su nivel más bajo de los últimos nueve años: la vedette de las materias primas, el petróleo, se encuentra, para desgracia de la economía mexicana, desplomada en sus niveles de casi una década; la economía china, una caja negra para los analistas debido a la opacidad de sus indicadores, parece que tiene que descansar en una devaluación de su moneda, el yuan, para poder mantener el crecimiento, que aparenta desfondarse en los últimos meses.

No sería raro entonces que, ante este panorama, y adelantándose como siempre lo hace, el mercado accionario, previendo una reducción en el dinamismo de los beneficios y los dividendos de las compañías, se encamine a territorio de corrección (el Dow Jones), o quizá de un bear market.

Ante este empeoramiento acelerado de varios indicadores económicos y financieros importantes (algunos, sin embargo, como los datos de empleo y del sector manufacturero y de servicios en Estados Unidos, siguen firmes), será muy importante presenciar cómo leen los economistas de la Fed la coyuntura y saber si la misma los orilla a refrenarse respecto de un alza en las tasas de interés de referencia en su reunión de septiembre.

Los mercados financieros, especialmente los mercados de bonos y de acciones, tienen una propiedad maravillosa: siempre anticipan. Muchas veces anticipan algo que no pasa, pero siempre anticipan. Lo que si es una regularidad histórica es que, en retrospectiva, las bolsas alcanzan siempre un máximo, en promedio, seis meses antes de que inicie una recesión en la economía. Eso lo podemos saber sólo en perspectiva, pues la mayoría de los máximos alcanzados por el mercado no son proseguidos por una recesión en la economía.

Pero la devaluación del yuan es una mala señal. Si bien es cierto, con un ajuste de apenas 3%, fue absolutamente pequeño, fue el ajuste más severo de los últimos 20 años de la divisa china. Quizá dicho ajuste cambiario sea una señal de que la economía del gigante esté peor de lo que parece y que necesita exportar más de lo que vende en estos momentos al exterior para compensar la caída de la demanda interna y reactivar el crecimiento. El mismo mensaje respecto de China parece estar enviando el mercado de materias primas.

Si China devalúa eso quiere decir que aquellas economías que compiten con ella en muchos de sus mercados (como la mexicana) tendrán que devaluar también para evitar ser avasallados por la manufactura mandarina. En los hechos, si bien aún no sabemos la intensidad, China ha desatado una guerra de divisas que cambiará, en el corto plazo, los precios relativos del comercio mundial.

La mezcla de riesgos es cada vez más complicada y peligrosa. Estamos caminando sobre un hielo cada vez más delgado. Ojalá la Fed se aguantara y mantuviera sus tasas de interés sin cambios. Pero si suben en septiembre, quizá la sesión de este viernes y de hoy lunes, sean un preludio de lo que puede venir.

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