José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

9 Oct, 2015

Alianza transpacífica

Después de cinco años siete meses del inicio de las negociaciones del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), finalmente el lunes se llegó a un acuerdo entre los 12 países que buscan la integración comercial en la cuenca del océano Pacífico, que sería el área de libre comercio más grande del mundo.

El TPP es un proyecto de enorme complejidad que representa 40 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) mundial y se negoció en 30 capítulos entre 12 países de muy diferentes tipologías, niveles de desarrollo y sistemas políticos, que van desde el régimen comunista de Vietnam hasta el reino islámico de Brunei, y que, además, incluye a México, Chile, Perú, Canadá, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, Malasia, Singapur y Japón.

No se conocen aún los detalles de lo negociado, pues ahora el texto aprobado en inglés debe traducirse a las lenguas de las naciones participantes, pero los negociadores comerciales se han comprometido a hacerlo público a la brevedad posible para proceder a enviarlo a las instancias que deben aprobarlo en cada país.

El TPP es diferente a los acuerdos comerciales previos por la amplitud de temas que incluye en materia de comercio e inversión, por el hecho de haber incorporado a países que no participaron en la negociación desde su inicio, y porque algunos lo consideran sólo el primer paso de la integración completa de la cuenca Asia-Pacífico.

A reserva de analizarlo cuando se conozca el texto, es crucial discutir los argumentos de los sempiternos enemigos del libre comercio para rechazarlo, y los aprietos que tendrá el convenio para navegar con éxito las agitadas aguas políticas en las legislaturas, sobre todo en Estados Unidos, cuya aprobación es indispensable.

Los opositores argumentan que los países que están bien integrados a la economía global no tienen mucho que ganar, pues naciones como México, Estados Unidos y Japón mantienen tarifas reducidas, lo que es falso si se analiza la cantidad de subsidios y otros “apoyos” que se le brindan a actividades protegidas, como la agricultura.

Critican los protocolos del TPP para la solución de controversias entre inversionistas y gobiernos como un regalo a las empresas multinacionales en detrimento de Estados soberanos, sin percatarse de que éste es quizá el mejor mecanismo para remplazar sistemas de administración de justicia inútiles por otros que generen certidumbre.

Esto es de especial importancia en países como el nuestro, pues al dotar a los inversionistas de la certeza que las reglas del juego son permanentes y sujetas a la revisión de instrumentos creíbles y objetivos en la solución de disputas, ello genera grandes volúmenes de inversión, empleo y el consecuente crecimiento económico.

Otra objeción de los opositores se refiere a la insistencia de Estados Unidos de prolongar lo más posible la duración de las patentes que protegen a la industria farmacéutica, lo que se objeta por entidades como Médicos sin Fronteras “porque haría que las medicinas se encarezcan hasta ponerlas fuera del alcance de los países en vías de desarrollo.”

Esta es una falacia,  pues para la mayoría de los medicamentos –85 por ciento en Estados Unidos– su patente ya caducó y, en cualquier caso, se mantienen salvaguardas en el tratado para que los países miembros puedan invalidar las patentes en caso de emergencia.

Lo que va a estar cardiaco es la aprobación en el Congreso de Estados Unidos, pues la mayoría de los correligionarios demócratas del presidente Barack Obama está en contra, al igual que la facción nativista/populista del Partido Republicano, que acaba de forzar la renuncia del experimentado líder en la Cámara de Diputados, John Boehner.

Además, como advertimos en esta columna, los precandidatos presidenciales populistas, de recalcitrante proteccionismo, están jalando hacia sus posiciones radicales a aspirantes más moderados como Hillary Clinton, que anunció anteayer su oposición al TPP, que como secretaria de Estado de Obama defendió con vigor.

¡La congruencia de los políticos!

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