José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

15 Jul, 2016

Nuevo debate sobre populismo

Los detractores de Peña Nieto, que lo atacan, armaron gran escándalo por la supuesta lección que Barack Obama le endilgó en su reciente encuentro en la Cumbre de Líderes de Norteamérica respecto a sus respectivas lecturas sobre lo que es el populismo. Los populistas dicen priorizar mejores condiciones de vida para el pueblo, empezando por los más pobres, lo que no pasa de ser una verdad de Perogrullo. Quienes proponen políticas públicas liberales tienen  la misma prioridad. La diferencia entre populistas y liberales radica en las formas mediante las cuales se intenta mejorar las oportunidades de la población, empezando por combatir la pobreza. Los primeros, ofrecen soluciones que siempre implican más gasto público.

Los liberales, por contra, pretenden un diseño institucional que aliente inversión y crecimiento económico acelerado y sostenible, con un gobierno que se limite a hacer bien su misión esencial: un Estado de derecho que asegure que se aplique la ley a todos por igual, mantenga la paz y el orden público y el equilibrio macroeconómico. Las soluciones populistas son  cortoplacistas, echa dinero a los problemas sociales, con pesadas burocracias ni remotamente calificadas para esa labor, lo que no resuelve los problemas sino los agrava, y genera desperdicio, corrupción y una cultura de dependencia.

Los destacados economistas Rudiger
Dornbusch
y Sebastián Edwards definieron el populismo económico como “el enfoque que prioriza el crecimiento y la distribución del ingreso e ignora los riegos de la inflación, las limitaciones externas y la reacción de los agentes económicos a políticas agresivamente intervencionistas.” Los populistas promueven el crecimiento con más gasto público financiado con deuda, lo que es  insostenible. El de-
sequilibrio externo se corrige con controles de cambios, prohibir el movimiento de capitales y eventualmente expropiar los bancos. El resurgimiento de la inflación se atiende mediante controles de precios. Así, los incentivos a la inversión productiva se esfuman, como en Venezuela. La propuesta populista para mejorar la distribución de la riqueza incluye impuestos progresivos al ingreso y al patrimonio, confiscatorios a veces, y a herencias y operaciones financieras. El resultado suele ser menor recaudación, pues los afectados invierten en medios para eludir los impuestos y en mantener leyes impositivas llenas de hoyos para quien sabe buscarlos.

El supuesto regaño de Obama a Peña
Nieto
vino cuando el primero declaró “que a él se le podía calificar de populista por anteponer los intereses de los pobres, los trabajadores y… limitar los excesos del sistema financiero.” En efecto, Obama tiene corazón de populista, pero una vez más confunde medios y fines. La adopción de su programa de cobertura médica, Obamacare, es, sin duda, un plan populista que creó una inmensa burocracia adicional para manipular la tercera parte de la economía de EU. Sus costos, aunados al creciente boquete entre ingresos y gastos que sufre el sistema de seguridad social, son insostenibles y demandarán cada vez una mayor proporción del erario, que sólo se podrá financiar con mayores impuestos, menor gasto en otros renglones o más deuda gubernamental.

Otros intentos populistas de Obama murieron en el Congreso, del que perdió el control en su tercer año de gobierno, o naufragaron ante las cortes de justicia, como su intento anticonstitucional de cambiar las leyes migratorias sin la aprobación de los legisladores.

Obama obtiene también los resultados típicos del populista: la distribución de la riqueza es peor que hace 7½ años; los salarios, estancados o cayendo —en parte por el Obamacare; ha habido una lenta recuperación, y aunque mejor que las de Europa y Japón, su tasa de desempleo hoy rebasaría el 9% si la participación de los trabajadores fuera la de 2008.  

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