José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

21 Oct, 2016

Stanford-exDF, contraste radical

La semana pasada estuve en México para asistir al otorgamiento del premio Una vida por la libertad de la fundación patrocinada por Ricardo Salinas Pliego, a mi mentor y amigo Arnold Harberger, lo que me permitió estar unos días en la ciudad de México donde nací y he vivido la mayor parte de mi vida.

Estar con familia y amigos queridos y gozar de las delicias culinarias de mi Ciudad fue un grato privilegio, pero transitar por sus calles y vivir en carne propia el pésimo gobierno que ha logrado hacer de la experiencia de visitar la gran urbe una terrible pesadilla, reforzó lo acertado de mi decisión de emigrar, hace ya 14 años, a la ciudad de Washington.

Los días que estuve en la capital del país los pasé con el Jesús en la boca, con la aprensión constante de llegar tarde o, de a tiro no llegar, a la siguiente cita, y cuando estuve atorado en uno de sus innumerables congestionamientos de tránsito, surgieron las imágenes de asaltos a mano armada perpetrados recién en el periférico y Reforma.

En el presídium para la entrega del premio de Caminos de la Libertad, estuvo el pésimo jefe de Gobierno de la Ciudad Miguel Ángel Mancera, lo que me pareció peculiar, pues es alguien que no cree en la libertad individual y que promueve regalar derechos colectivos sin fin, aunque sean ilegales y no tengan fuente alguna de financiamiento.

El claridoso discurso de Salinas Pliego fue justamente en esa dirección, subrayando los peligros gravísimos del bodrio abominable de constitución que se discute para la ciudad, según parece redactada, entre sus habituales vapores etílicos, por Porfirio Muñoz Ledo. Lo dicho por Salinas hizo que Mancera se retorciera en su asiento como almeja a la que se le exprime limón.

Dejé la sufrida Ciudad de México con los horribles perfumes que caracterizan a la zona del aeropuerto, para asistir a una reunión del Foro de Norteamérica en Playa del Carmen, Quintana Roo, a la que me referiré en entregas próximas por la importancia de lo allí tratado. ¡Qué cambio! Encontré una excelente infraestructura: fácil movilidad, buen aeropuerto y caminos de primer mundo.

El domingo pasado aborde el avión en Cancún hacia San Francisco con el fin visitar a mi nieta Julia, que cumplió 7 meses ayer, y a sus padres Gabriela y Martín, que viven en el campus de la universidad de Stanford. El contraste con la Ciudad de México fue pasmoso, pues mientras allá se debaten leyes torpes y utópicas y se privilegia a minorías chantajistas, dueñas de sus calles, aquí se invierte, se estudia y se genera una riqueza fenomenal.

Visité Stanford por primera vez hace cuatro décadas y su campus me pareció espléndido, pero lo ocurrido desde entonces es increíble. La imaginación y talento de sus alumnos y maestros ha resultado en que las empresas fundadas por ellos generan ingresos anuales por 2.7 billones de dólares (trillion en inglés), más del doble del PIB de México, ¡del país, no de la ciudad!

Una parte no despreciable de esos caudales regresa como donaciones a la universidad, que mantiene un ritmo de inversión inverosímil y cuenta con instalaciones ultra modernas que llevan los nombres de sus mecenas y alumnos, los creadores de Microsoft, Hewlett-Packard, Google, Nike, Yahoo!, Apple, Intel, e-Bay, Oracle, Cisco y tantos otros.

Mientras que en Stanford se premia el talento, la innovación y la creación de riqueza con empresas de tecnología de punta en áreas como informática, computación, telecomunicaciones, etc., en el ex-DF se castigan el progreso y el cambio y se privilegia a políticos corruptos, como la gavilla de forajidos que lo “gobiernan” desde hace dos décadas, y a chantajistas que viven de extorsionar a la sociedad. Juntos, asfixian el rico potencial  de la ciudad.

¿Cuando aprenderemos a replicar lo que sí funciona y a evitar lo que nos conduce invariablemente al fracaso?

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