José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

13 Ene, 2017

¿Se puede negociar con Trump?

El flamante secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, declaró que “con EU negociaremos con dignidad y sin miedo” y que “México va abrir las puertas del diálogo y de la negociación para defender los intereses de… los mexicanos”.

Videgaray ha mantenido contacto con el recién nombrado asesor especial del próximo Presidente, Jared Kushner, yerno de Trump quien, según la comentocracia de EU, es uno de los personajes más talentosos y sensatos entre los que rodean a Trump, lo que parece alentador para una negociación positiva.

Sin embargo, el tiempo apremia, pues basta ver lo que les ha pasado al apaleado peso y la vapuleda bolsa de valores desde la victoria de Trump y sus interminables tuits con los que siembra pánico entre los inversionistas e induce a que los tenedores de nuestros bonos y acciones pongan pies en polvorosa, además de lograr la cancelación de planes de inversión directa por miles de millones de dólares.

En su primera conferencia de prensa desde la elección, Trump reiteró sus amenazas que impondría “un gran impuesto fronterizo a (las exportaciones de) las empresas que vayan a crear trabajos en México” y que erigiría su famosa muralla en la frontera que nosotros pagaríamos.

Ante tal postura, ¿qué se puede negociar? Parecería que Trump  sigue el libreto de su famoso libro The Art of the Deal —que en realidad fue escrito por Tony Schwartz— en el que afirma que “lo peor que uno puede hacer en una negociación es parecer desesperado para conseguirla. Ello hace que los otros (con quienes uno negocia) huelan sangre y entonces uno está muerto”. Yo no sé qué haya pensado Trump para renegociar el TLC y quiénes, en la compleja madeja burocrática que acaba de crear para manejar el comercio exterior, lleven esa responsabilidad, pero es un proceso complejo y prolongado.

Todas las negociaciones comerciales que conozco han tenido lugar entre gobiernos con clara voluntad de liberalizar el comercio, a pesar de lo cual lleva mucho tiempo y trabajo. En el caso del TLC incluyó ocho secciones (acceso al mercado de bienes; protección a la inversión extranjera y la propiedad intelectual; facilidades a los viajeros de negocios; acceso a las compras de gobierno; reglas de origen; y compromisos para proteger a la ecología y a los trabajadores) y tomó más de 3 años en 22 mesas temáticas separadas con expertos de Canadá, EU y México, y acceso al sector privado de cada país, en nuestro caso el famoso “cuarto de junto,” en el que los empresarios expresaban sus puntos de vista.

En adición a la negociación, el gobierno de México se percató de que la idea de iniciar una relación comercial privilegiada con EU enfrentaba una fuerte oposición en la opinión pública por lo que el presidente Carlos Salinas se dio a la tarea de persuadir a nuestra gente de las virtudes que tal acuerdo les traería.

Al mismo tiempo, quienes estábamos en EU para promover mejores vínculos económicos, también notamos que había un macizo antagonismo al libre comercio con México —paradójicamente, no con Canadá— alimentado por los sindicatos y sus aliados en la extrema izquierda, pero también en la derecha aislacionista y en otros grupos con intereses especiales.

En ambos casos, se emprendieron magnas campañas para contrarrestar la oposición al libre comercio entre México y EU. Al final, 69% de la población encuestada en México estaba a favor del TLC, contra sólo el 31% al principio del proceso, y en EU fue aprobado en la Cámara de Diputados con un margen de 17 votos.

Me pregunto si hoy podremos recrear condiciones favorables para una renegociación del TLC que beneficie a todas sus partes y si se puede rehacer el necesario apoyo político para dotarlo de la legitimidad indispensable que requiere.

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